jueves, 2 de octubre de 2025

Debí haber prometido —hace ya mucho tiempo: no lo recuerdo— retirar el último velo. ¿Tan joven era? ¿O tan decrépito? ¿Es la inmundicia excusa de lo momentáneo? ¿Es lo momentáneo una quiebra en la eternidad? Quise ser el monstruo que desnudase el azar en su prestigio. O el sentido en su insolubilidad. 

Somos el alimento preferido de Algo.

Pronto comprendí, a mi pesar —pues todo lo que vivo es a mi pesar—, que el último velo es idéntico al primero, que las cosas no se esconden: están vacías. 

(Poco a poco el velo iba reconstituyéndose, retornando a su falso orden anterior, como el silencio en el fondo de un clarinete o una corneta, agazapado y enseñándole los colmillos a tu aliento, impotente pero redundante: incapaz de sucumbir a lo obtuso de tu letargo).

Tus llantos, tus amores, tus sublimes y encantadores paroxismos… Todo se dará de bruces contra el vacío —anulador—. ¿Y a quién culparás cuando tampoco tus injurias e imprecaciones puedan caer ya hacia ningún lado, en apariencia eternamente erguidas, pero apenas enquistadas en la ingravidez?  

La fragilidad del signo es intocable.