domingo, 27 de febrero de 2022

Lo único que no parece haberse refinado demasiado con el progreso es precisamente la guerra: siguen muriendo personas. El progreso triunfará, es decir, se impondrá moralmente, sólo cuando dejen de morir personas y comiencen a morir códigos binarios. 

Claro que habrá que reconocer entonces que la mayor parte de las sensiblerías y estupideces que consideramos signos de debilidad occidental no son sino, muy al contrario, exhibiciones de la vigencia y el poder de nuestra civilización. Llorar a moco tendido por un gorrión al que una bomba le ha roto un ala, por ejemplo; o desgranar el censo de muertos ya no mediante un cuadro a partir de un modelo binario, sino con perspectiva de género, decolonial y, si se contratan los suficientes auxiliares administrativos, antiespecista –han muerto tantas orugas, tantas culebras, tantas ovejas...

Muy distinto es cifrar la cúspide aparente de nuestra civilización como el comienzo de su decadencia, destacar sus rasgos más extravagantes o maniáticos como elementos aceleradores de su auto-destrucción. Pero esta es una perspectiva tan inocente y fetichista como cualquiera otra, ya que asegurar la decadencia por el desequilibrio de sus elementos es una simulación a partir de una cual hacemos pasar una crítica moral por una predicción científica.

A las revelaciones se las lleva el viento... Qué balbucientes parecen los profetas cuanto portan una espada horriblemente pesada sobre sus cabezas. Ahí ya son todo dudas, nerviosismo, hipocondría. Pero yo también soy hipocondríaco cuando me apuntan con un arma... Al pobre Damocles lo que le dio fue un espantoso ataque de hipocondría con la espada colgando sobre su cabeza.