sábado, 29 de junio de 2019

Mediocridad

Le tengo manía a los poetas que escriben en verso casi como si fuese prosa –ahora es lo que se lleva: versos desmigajados, sin aliento poético: solo palabras que se amontonan y frases que caen una sobre otra subrayando perogrullada tras perogrullada: eslóganes ingenuos a fuerza de negarse a parecer maliciosos–. Es como si le tuvieran más miedo al ridículo que al cliché, más miedo a resultar empalagosos que a ser aburridos... Da la sensación, con leerlos, que se estuviesen esforzando en no esforzarse. 

Por otra parte, que la mediocridad esté tan extendida me consuela: así no me culpo tanto por la mía. ¿A quién hay que matar? Lo único imperdonable, que el ego no olvida: que tu mediocridad cotice tan bajo.

Perspectivas

Que todo es relativo es un hecho de una verdad profundísima. Un ejemplo: en "Por senderos que la maleza oculta" el escritor noruego Knut Hamsun lloriquea porque en su país, cuando es verano, la temperatura alcanza 20º. Un infierno, dice. 20 grados. No se puede llevar siete prendas encima. Qué desgracia. Ahora, en Madrid, estamos a 42º: calor polvoriento que irrita los ojos. Y en Venus se alcanzan los 400º... Claro, que la vida sobrevive a lo que se le imponga. ¿Por qué no puede haber una pulga que sobreviva en puro magma? Para ella sería como para mí ir a la playa de Gijón –aunque cuando estuve en la playa de San Lorenzo no me atreví a bañarme: tan fría me pareció que estaba el agua. La verdad es una o ninguna, como diría un buen católico. Y para esa pulga hipotética no es verdad que 42º sea una gran cosa –cuestión de perspectivas ortegianas, más que de relativismos...

miércoles, 26 de junio de 2019

La admiración

Es muy difícil admirar sin rabia, la admiración es el sentimiento más falso que existe, sobre todo cuando se trata de la admiración por un coetáneo. Admirar intoxica. Y cuando el efecto del tóxico palidece, sólo nos queda la amargura por nuestras admiraciones traicionadas. Yo me he dedicado, sistemáticamente, a vengarme de todas las admiraciones que he sentido... –Al concepto de la admiración habría que oponer el concepto de la veneración: el que admira aspira a mezclarse políticamente con el otro, a ganarse él sino la admiración, al menos la aprobación del otro; el que venera, como quien venera el fuego, sólo aspira a no quemarse: para venerar es necesario desear la distancia. 

Los ídolos

Todos tenemos un Ídolo. Tócale a un hombre su ídolo, verás como todo su buen humor, su equidistancia o su indiferencia se verán en seguida arruinadas, y en su rostro se leerá el rastro bochornoso de la cólera o la condescendencia. No importa si su ídolo es Dios, el ego o la nada. Incluso el indeciso, cuando en sus accesos furibundos rompe con sus ídolos, sólo lo hace para conquistarlos de nuevo: es fiel a la conquista o al desamor. No duda de su desdén, a partir de cual se sitúa soberano destructor de los ídolos ajenos –ídolo superficial y casi impúdico.

Todos tenemos un ídolo. Pero la gracia del ídolo está, precisamente, en que nadie se libra del suyo; y quizá sea posible medir la profundidad de una inteligencia en función de lo recóndito de sus ídolos. Aunque todos nos sorprendemos a veces de la claridad del ídolo de una inteligencia que otrora habíamos considerado profunda...

Escribe Cioran: «Husmead en vuestras admiraciones, escrutad a los beneficiarios de vuestro culto y a los que se aprovechan de vuestros abandonos: bajo sus pensamientos más desinteresados descubriréis el amor propio, el aguijón de la gloria, la sed de dominio y de poder».