lunes, 29 de agosto de 2016

Puesto que implica tergiversar personalidad propia e intereses, seducir es manipular. Pero, no obstante, luego de aceptar este punto, nos encontramos irremediablemente con el siguiente hecho que no podemos despreciar: que es casi imposible follar sin que medie al principio ningún tipo de seducción. Pocos hombres son lo suficientemente atractivos o interesantes como para que sin ningún tipo de esfuerzo las mujeres deseen acostarse con ellos, de modo que aquél que busque satisfacer sus deseos sexuales pero descarte la seducción como herramienta para sus fines se encontrará con este frustrante dilema: que follará poquísimo. El hombre honesto, desinteresado, no es en sí atractivo: se halla condenado a la fe en el onanismo o a saber venderse, si no es tan honesto, como el producto ventajoso que en realidad no es. En cambio, estos escasos hombres que aventajan en atractivo al resto gozan de una situación privilegiada dentro de las relaciones de tipo mercantilista que establecemos. No se puede ignorar lo que esconde esta lógica dentro de un sistema patriarcal: que vemos a las mujeres como objetos para satisfacer nuestros anhelos, volcar en ellas los tristes y repugnantes fluidos que poseemos. Pero seducir es saber venderse, como decíamos, y si uno para seducir necesita primero deshumanizar a la otra persona ¿no se está deshumanizando antes a sí mismo? Se está presentado él mismo como producto sabiendo que debe rebajarse a objeto para conseguir resultar seleccionado en el caprichoso juego del apareamiento: la transformación en mercancía es, finalmente, bilateral.

Seducir es, ante todo, y en consecuencia con lo anterior, rebajarse, arrastrarse, afirmar tu indignidad. Y no rebajarse de una manera en que lo único que se pierde es el orgullo, sino también, y sobre todo, la posibilidad de tener una relación más honesta con la otra persona. El problema de toda esta de visión es que, en su contexto, tiene razón: pues somos genes que buscan reproducirse en las mejores condiciones posibles, máquinas biológicas programadas para la reproducción. Por lo tanto, no es tan fácil de derrotar, y aquel que pretenda hacerlo desde las condiciones de inferioridad en que se encuentra ¿qué mensaje está mandado? Pues aunque sea válido que considere injustas, en tanto que le perjudican, las premisas aceptadas, en ello existe un aspecto algo irrisorio que nos provoca hilaridad y que no podemos dejar de despreciar. ¿Y aquel ser dotado con la suerte de un atractivo descomunal? Pues éste no tiene derecho, desde su posición privilegiada, a decidir qué deben o no deben hacer los demás para saciar sus deseos, a su juicio, de manera moral; y sólo le queda, pues, callar.