sábado, 22 de octubre de 2022

El olvido de Iván Illich.

Lo más humillante no fueron las mentiras; lo más humillante no fue el dolor; lo más humillante no fue la muerte; lo más humillante fue que todo el mundo se olvidó de él. ¿Quién es Iván Illich?, preguntaban los que  habían sido sus amigos y sus compañeros si aparecía un informe o un documento firmado con ese nombre, archivado al fondo de una estantería polvorienta, donde convivía con todo tipo de instancias y apelaciones anacrónicas y caducas. A su familia le ocurrió lo mismo: sus hijos se olvidaron de su apellido y su mujer, naturalmente, terminó por olvidarse hasta de que tenía hijos, razón por la cual éstos terminaron por sentirse huérfanos y desahuciados y atesorando un gran rencor hacia el sistema. Para el universo fue como si Iván Illich nunca hubiese existido. Y llegó un día en que hasta para el propio universo fue como si el universo nunca hubiese existido. La entropía no perdona ningún informe. Amén.

viernes, 21 de octubre de 2022

LAS POLILLAS

Hubo una temporada, después de un golpe muy fuerte en la cabeza que me di con un martillo para tratar de borrar no sé qué recuerdo doloroso, en que logré conectarme telepáticamente con las polillas de mi armario; entendía perfectamente su idioma y nuestra relación era grata y cordial casi todo el tiempo. 

El problema es que sólo me hablaban de cosas terriblemente mediocres y aburridas, como el sabor de mis camisas, el olor de un jersey húmedo que se ha doblado antes de secar completamente, los inconvenientes para la natalidad de las polillas que representa un simple ambientador de pino o el proceso de descomposición de un cadáver colgado al lado de ese ambientador. En fin, ¡nada que yo no supiera ya!

Así, en cuanto tuve la oportunidad, y verdaderamente agotado de aquellas charlas banales, me arrodillé ante el armario, dejé mi cabeza entre sus puertas, me despedí de las polillas y de mi hermano y me golpeé en las sientes unas cincuenta veces, hasta perder el conocimiento y sumirme en un magnífico sueño celeste. Al despertarme, todo parecía estar bien: ya no estaba en mi casa, sino encerrado en algún sitio, y comiéndome mi ropa.


jueves, 20 de octubre de 2022

Mires por donde mires habrá alguien, a lo lejos, indistinguible de las esquinas y de los horizontes, de las sombras y de los ríos, que se esté muriendo: una silueta recortada en el vacío. Y estará solo, atormentado y asustado, y tú y yo también estamos solos, pero danzarines y gozosos como cerdos: mientras que él es la costra, nosotros somos la herida que aún está por abrirse.

(Lo que me extraña es que los moribundos no maten en masa, que no carguen su muerte contra los sanos, que el enfermo de muerte no se vengue de su enfermedad matándonos a todos. Armados con cuchillos enormes y afiladísimos, sueño un genocidio de los enfermos contra los sanos. Pero, paciencia, que no hay ninguna prisa, y yo mismo puedo ir afilando ya mi cuchillo).


miércoles, 12 de octubre de 2022

EL ROBOT RACIONAL

–Robot, coge unas mantas y abrígame, pues la noche refresca y tengo mucho frío –le dijo un hombre a su robot.

–¿Por qué? –respondió sencillamente el robot, que necesitaba comprender el sentido de su funcionalidad y en beneficio de qué interés particular debería a él importarle que el humano no pasara frío.


lunes, 10 de octubre de 2022

Es conocido que para matar a un monógamo, según informan diferentes bestiarios de origen medieval, es suficiente con cortarle la cabeza: pues un monógamo es incapaz de sobrevivir sin su cabeza más que unos pocos segundos, en los que parece limitarse únicamente a agonizar. Sin embargo, cuando le cortas la cabeza a un poliamoroso, éste es capaz de regenerar dos cabezas por cada cabeza que le amputas, ambas cabezas enamoradas de la ausente.

Es muy común, según la descripción de Santa Cunegunda, que publicó un bestiario, apenas estudiado, datado en el año 1616, que el poliamoroso exija, una vez que se le ha despojado de su cabeza, que se le despoje también de las dos primeras cabezas que regenera, pues su gran temor consiste en que, en ausencia de la cabeza primigenia, la dos cabezas resultantes se enamoren, transformándose en un monstruoso monógamo bicéfalo. Para el poliamoroso la orgía mínima aceptable son de cuatro cabezas por persona, aunque Santa Cunegunda, en su bestiario, refiere testimonios de poliamorosos de hasta ciento ochenta cabezas, todas ellas enamoradas entre sí.

Dicen que el héroe Heracles sólo pudo derrotar a la Hidra de Lerna seduciendo a todas sus cabezas hasta que éstas, celosas unas de las otras, se devoraron entre sí. Hay también quien opina, en referencia al mito griego, que Heracles nunca cesó de cortarle sus cabezas a la Hidra, que las reproducía tan incansablemente como el otro se las cortaba, al punto que ambos acabaron sepultados en cabezas y originando una forma de universo contiguo al nuestro, cosmogonía no tan absurda si se piensa en aquella según la cual Dios creó el mundo de la nada.


sábado, 1 de octubre de 2022

Las cucarachas viven mejor y más sabiamente que los hombres. De entre los hombres sólo aquel genio de Diógenes, del que se dice que reencarnó en cucaracha y que Aristóteles lo pisoteó para borrar, paradójicamente, su huella en la historia, pudo merecer un poco la pena. Pero ya sólo se acuerdan de él unos pocos historiadores, unos pocos díscolos y unos pocos pretenciosos; mas nadie sigue su ejemplo –y se reencarna en cucaracha–.

sábado, 24 de septiembre de 2022

Hasta la muerte de un niño puede ser muy satisfactoria si el niño era malvado. La muerte de un viejo, sin embargo, y por depravado y perverso que fuera, nunca nos satisface: la muerte de un viejo representa únicamente el símbolo de nuestra propia mortalidad inapelable, de nuestra corrupción material y desintegración compositiva ilimitada. Es imposible hallar en la muerte de un viejo pruebas de esas leyes morales, cierta consolación por un orden moral en el mundo, con que quisiéramos ver compensados, a través del castigo a los injustos, nuestras penas y agravios.

El viejo ha muerto con una deuda moral que jamás pagará. Sus víctimas no obtendrán más que frustración y desamparo. Sus cenizas son calderilla en comparación con el oro de las humillaciones que querrían causarle.

sábado, 23 de julio de 2022

EL DESCUARTIZADOR DEL RETIRO

Del descuartizador del Retiro se dijo en la prensa de 1987 que era «una inteligencia tan rica en matices como en podredumbre». Durante el juicio declaró no constarle haber hecho jamás ni una cosa inmoral en toda su vida, exculpando sus crímenes por la ambigüedad acerca de la existencia del alma humana. «Si a los hombres no se les puede aniquilar», razonó «tampoco se les puede verdaderamente matar, y el principio mismo de este juicio se fundamenta en un contrasentido».

    A pesar de lo cual se le declaró culpable de ocho cargos por homicidio doloso y uno más en grado de tentativa, ya que al fiscal jefe de Madrid se le ocurrió objetar su razonamiento diciendo que en España no se juzgaban los delitos en función de la gravedad del atentado que supusieran contra las almas de las individuos, sino en la medida en que suponían un atentado contra los derechos positivos fundamentales que gozaban y promocionaban los cuerpos por cuyo interés vela la constitución española y los diferentes tratados internacionales. «Porque aún en el supuesto de que a los hombres no se les pueda aniquilar, por lo menos sí se les puede condenar» afirmó.

    Se logró así desplazar del juicio (contra los intereses particulares del descuartizador) la discusión por la existencia de un alma inmortal, premisa que se volvería irrelevante ad hoc gracias a la sofocada insistencia del fiscal. De hecho, el fiscal concluyó su alegato rogando que se explicitara más abiertamente dicha irrelevancia en el artículo 15 de la constitución, introduciendo el anexo: «A fines de la legitimidad de esta constitución y de la convivencia entre los ciudadanos que acoge, el alma queda anulada o por lo menos pospuesta». 

    Su objetivo, que fue empero tachado de luciferino y dogmático por los sectores más conservadores de la audiencia, cuyo reproche legal fue la contradicción con el artículo 16, que recoge la libertad ideológica, religiosa y de culto, consistía únicamente en que ningún petulante individualista volviera a obligar a un profesional de la legalidad a filosofar sobre conceptos que no eran de su incumbencia. Si los legalistas comenzaban a poner en duda la materia básica, pragmática y racional de sus decisiones, en pos de discusiones puramente metafísicas, el fiscal creía que asistiríamos al debacle del Estado de derecho tal y como lo conocemos, pudiendo darse el caso de que un asesino demandase a la propia noción de Justicia, o de que un jorobado litigase contra la Belleza, en una pendiente resbaladiza ineludible. 

    «¿No es el derecho, por lo tanto y en términos meramente positivos, una necesaria y soberana formalización racional de la entelequia…?» concluyó el fiscal. Al día siguiente la prensa conservadora, mortalmente ofendida, abrió titulares de extrema beligerancia contra el fiscal encargado del caso, preguntándose: «¿QUIÉN ES EL VERDADERO DESCUARTIZADOR, EL HOMBRE QUE MATA O EL HOMBRE QUE ANIQUILA?».





lunes, 6 de junio de 2022

Gran cantidad de mediocres han prosperado, sin triunfar, a lo largo de la historia en todas las sociedades. Nunca han sido grandes figuras históricas –conquistadores, reyes, inventores, magnates– sino pequeñas figuras privilegiadas que viven cómodamente a pesar de sus simplezas.

Estos ineficientes afortunados componen invisible pero inevitablemente el día a día del sistema capitalista, fundamentales como pilares de la irrelevancia, sin aportar valor ni acceder a la grandeza: rentistas, consejeros, terratenientes, usureros, accionistas, arrendadores, hosteleros, asesores fiscales, inversores, artistas, peritos, administrativos, ceos, profesores universitarios, directivos, investigadores amodorrados de medio pelo, coaches espirituales, herederos, diseñadores de interiores, funcionarios, los últimos residuos de la nobleza…

Esta ciega masa, mezcla de aristocracia, pequeña burguesía, clase funcionarial e inmorales y bohemios de todo tipo, ¿no son el tumulto?, ¿no son la turba ruin que expresa ese sedimento amargo y banal de la ideología en nuestras almas, su más concreta y material expresión, cuyo problema radical no es que no trabajen, sino que no pueden dejar de fingir que trabajan? Ellos hacen, es decir, roen. Roen el mundo como las termitas la madera, pero al contrario que éstas, no dejan que la estructura caiga: usan el excremento como pegamento para la cohesión social. Su excremento es nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro.



miércoles, 1 de junio de 2022

No creo, contra la opinión de algunos filósofos, que el origen del universo sea el último reducto teológico que le queda a la religión, el último agujero en la manzana donde refugiarse y soñar. Sería reconocerle a la teología algo de lo que carece por completo: honestidad intelectual; en síntesis: yo no subestimaría la capacidad de supervivencia de los escolásticos. Esto sería tan absurdo como decir que el ‘ajuste fino’ es la premisa de una fe: la condición a partir de la cual se deduce el teísmo; el argumento del ‘ajuste fino’ –muy poco novedoso en esencia, salvo en su lenguaje positivista– no es el principio de ninguna fe: es más bien el perchero de la fe: el mismo perchero de siempre: lo único que hacen los teólogos es cambiar el perchero de armario y colgar después su fe. Es el medio a través del cual la religión trata de legitimar su competencia. Puede que no sea irracional creer en Dios, pero es algo mucho peor: una impostura. ¿Una impostura sofisticada? No, sólo una impostura invencible, como aquella del paranoico que sólo ve, en todo lo que le rodea, pruebas de la conspiración que existe en su contra.

Realmente el conflicto entre razón y fe, expresado como un conflicto entre religión y ciencia, carece por completo de sentido: no hay ningún conflicto: la religión primero acata y después retrocede. Para el caso, sería lo mismo si la religión anduviera aun hoy interpretando literalmente el génesis: ese paso de lo simbólico a lo literal inaugura su derrota a condición de posponerla eternamente. 

Creo que, si acaso la ciencia hallase la forma de explicar el origen del universo (o de los multiversos, lo que seguiría sin acorralar a la teología por mucho que esto explicase el 'ajuste fino'), es decir, si a través de una explicación puramente positiva se pudiera llegar a la última y más esencial verdad (que sería ya una verdad o bien irrelevante o bien infumable), todavía habría un cura agazapado más allá de aquella verdad, todavía se le ocurriría algún maravilloso sofisma nuevo: porque cuando el cura no pueda esconderse ya tras el génesis, ¿no se esconderá aún tras el apocalipsis? Es el sentido lo que define a la religión, y no el detalle que vertebre el cosmos. Cuando el científico diga “hasta aquí he llegado con mi ciencia” todavía responderá el cura “te ha quedado un barco magnífico, es hora de que sueltes el timón y lo naveguemos nosotros”. Muy probablemente, tras la última verdad científica, todavía estalle una última revolución religiosa: la del árbol de la vida –es decir, de la ilusión...

miércoles, 18 de mayo de 2022

'Diarios', de Lord Byron

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Si tuviera que vivirlo todo de nuevo, no sé qué cambiaría de mi vida, a no ser que fuese con el fin de no haber vivido. La historia, la experiencia y todo lo demás nos enseñan que lo bueno y lo malo están bastante compensados en esta existencia, y lo que más cabe desear es que abandonarla no resulte doloroso. ¿Qué puede darnos sino años? Y estos poco de bueno tienen, salvo que se acaban.


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Acerca de la inmortalidad del alma me parece que puede haber pocas dudas si atendemos por un momento a la acción de la mente. Está en perpetua actividad. Solía dudar de ello, pero la reflexión me ha enseñado mejor. Actúa además independientemente del cuerpo: en sueños, por ejemplo, con incoherencia y un poco a lo loco, no lo niego; pero, con todo, es mente, y más mente que cuando estamos despiertos. Ahora bien, ¿quién puede asegurar que esta no actúa con independencia del resto igual que lo hace unida a él? Los estoicos Epícteto y Marco Aurelio llaman a dicho estado «un alma que arrastra una carcasa»: se trata, sin duda, de una cadena muy pesada, pero de toda cadena, al ser materia, bien puede uno zafarse. Cuestión aparte es valorar hasta qué punto nuestra vida futura será individual, o mejor, hasta qué punto se parecerá a nuestra existencia presente, pero que la mente es eterna me parece tan posible como que el cuerpo no lo es. Por supuesto, me he aventurado en este asunto sin recurrir a la Revelación, que, pese a todo, es una solución tan racional al menos como cualquier otra. La resurrección de la materia resulta algo extraño e incluso absurdo si no conlleva el propósito de castigar, y todo castigo destinado a vengar más que a corregir es por fuerza moralmente equivocado; y, cuando el mundo esté a punto de acabar, ¿a qué propósito moral o de advertencia pueden obedecer las torturas eternas? Es posible que las pasiones humanas hayan desfigurado en este punto las doctrinas divinas, pero el asunto en su totalidad es inescrutable. Es inútil decirle a alguien no que razone, sino que crea: lo mismo puede decírsele a un hombre que no despierte, sino que duerma, ¡y después mortificarle con tormentos! ¡Y qué más! No puedo evitar pensar que la amenaza del infierno hace tantos demonios como los más severos códigos penales de la inhumana humanidad hacen canallas. El hombre ha nacido con un cuerpo para la pasión, pero con una tendencia innata aunque recóndita a amar el bien como principal móvil de su mente. Pero ¡que Dios nos ayude! De momento no es sino un triste tarro de átomos.


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La materia es eterna, siempre cambiante; pero proviene de la reproducción y, hasta donde podemos comprender la eternidad, es eterna. Y ¿por qué no también la mente? ¿Por qué la mente no habría de actuar con y sobre el Universo, de la misma manera en que ciertas porciones de este actúan sobre y con este amasijo de polvo llamado Humanidad? ¿No vemos que un solo hombre es capaz de actuar sobre él mismo y sobre otros, o sobre las multitudes? El mismo agente en un grado más alto y más puro puede actuar sobre las estrellas, etc. ad infinitum.


98

A menudo me he sentido inclinado por el materialismo en filosofía, pero nunca he podido soportar su introducción en el cristianismo, que se me antoja esencialmente fundado en el alma. Por esta razón, el materialismo cristiano de Priestley siempre me ha parecido una bobada. Quien quiera creer en la resurrección del cuerpo que lo haga, pero no sin un alma; que me maten si, después de haber tenido un alma (como sin duda la mente o como se la quiera llamar lo es) en este mundo, hemos de separarnos de ella en el próximo, aun a cambio de una materia inmortal. Reconozco mi parcialidad por el espíritu.


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Siempre soy más religioso en un día soleado, como si hubiera algún vínculo entre un acercamiento interior a una mayor luz y pureza y el encendido de esta oscura linterna que es nuestra existencia exterior.

La noche es también un asunto religioso, y más lo pienso desde que miré la luna y las estrellas a través del telescopio de Herschell y vi que eran mundos.


102

¡Qué cosa extraña es la propagación de la vida! Una burbujeante semilla, ya sea derramada en el vientre de una puta o en el orgasmo de un sueño voluptuoso, podría (por lo que sabemos) conformar un César o un Bonaparte: nada destacable se recuerda de sus progenitores, que yo sepa

jueves, 12 de mayo de 2022

TENTACIÓN AL BUDA

Tentó Mara al Buda con todos los placeres del mundo, plumas en las ingles, besos de castas muchachas y caricias de lascivos muchachos, riquezas, manjares exquisitos, ambrosías, músicas celestiales…, pero fracasó, y en lugar de aceptar su fracaso, le dijo rabioso al Iluminado: “no vales nada, tío, mejor te mando a mi ejército, pedazo de basura”. 

Mara no era simplemente malvado, de haber sido simplemente malvado, habría aceptado su fracaso y comprendido la superioridad del Buda. Es que Mara realmente creía que lo mejor que el Buda podía hacer era deleitarse y gozar con los placeres mundanos que le ofrecía el cosmos al unísono y que él, tan sólo, pretendía descubrirle. Por eso lo despreció tanto, no por maldad, que no explica su desprecio –si acaso explicaría su frustración– sino por un profundo y sincero convencimiento hedonista: Mara se sintió rechazado. 

Lo que distingue a Mara del Buda no es la maldad genuina y esencial del primero, sino la filosofía de cada uno. Es pueril considerar a Mara un malvado: sucedió, nada más y nada menos, que su filosofía era inferior. 

Mara no quiso hacer “caer” al Buda –prejuicio evangélico–. Mara buscaba un compañero de juergas.

jueves, 28 de abril de 2022

Un buen ciudadano sólo da limosnas a quien se lo merece, no a quien las necesita, así que perfectamente puede negárselas al mendigo que duerme en el banco frente a su puerta y dárselas a Rafa Nadal después de un set brillante.

Un buen ciudadano, en definitiva, nunca da limosnas, sólo da salarios para que la gente haga el ridículo o alguna bufonada a su servicio. Si un hombre desalentado y harapiento le pide una limosna, el buen ciudadano se la niega, a no ser que el hombre sepa cantar, bailar, tocar la guitarra... "No hace falta que cante o baile bien" dice el buen ciudadano, "con que se esfuerce y demuestre reconocer el valor del trabajo duro, es suficiente" remacha. El buen ciudadano es tan vago que para que se meta la mano en el bolsillo hay que atracarlo o hacer el ridículo a su gusto.  Lo que realmente le importa al buen ciudadano es que no creas que es tan generoso de regalarte nada. Ni tan indulgente como para perdonarte el ser un fracasado o el que te haya ido espantosamente mal en la vida. A él no le han regalado nunca nada y tampoco regalará él nada. 

Finalmente, el buen ciudadano recuerda nostálgico y persuasivo a su abuelo. "Mi abuelo siempre me decía que no puedes esperar que la gente te dé las cosas gratis. El que algo quiere, algo le cuesta, decía mi abuelo. Haz lo que sepas, pero haz algo".

El buen ciudadano parece buscar ahora tu aprobación, aunque una sonrisa autocomplaciente aparece en su cara y da la impresión de no necesitarla seriamente. ¿Será la nostalgia, la fuerza de la tradición o  la percepción de sus sentimientos de honda justicia, lo que urde esa sonrisa en el rostro? ¿Por qué sonríe el buen ciudadano? La sonrisa del buen ciudadano no es como la sonrisa del resto de los hombres, es una sonrisa que medra en la cara, una sonrisa que ambiciona el rostro entero, una sonrisa ora imperio, ora infección.

Acerca tu mano al rostro del buen ciudadano, sé pacífico, manso incluso, no le des ningún golpe: acaríciale suavemente con la punta de los dedos y susúrrale al oído diciendo "tranquilo, bebé, tranquilo". Un buen ciudadano en seguida ronroneará, volteará y ofrecerá su tripita.

¡La de buenas personas que hay en el mundo, dóciles, sencillas, amables, caritativas, hombres y mujeres que sólo anhelan ser amados y entregar su enorme y puro amor al universo!


martes, 26 de abril de 2022

VISIÓN

Lo primero que vi al nacer fue una mierda plantada en medio del cuello uterino de mi madre. Una mierda de vaca que alguien había dejado ahí sin ninguna consideración hacia el ser sintiente que estaba por nacer. No fue suficiente con arrastrarme, para nacer también tuve que cavar.

lunes, 25 de abril de 2022

Como ninguno de los grandes textos sagrados nos advirtió jamás sobre las perversidades de poner la mano donde tienes la mirada, las pantallas táctiles se han impuesto; cuando, si uno tiene algo de sentido de la decencia y una ínfima pizca de brillantez intelectual, se percatará en seguida de lo antinatural que resulta. Es que hasta ahora no era siquiera posible poner la mano donde se tenía la mirada. Uno podía, por ejemplo, mirar un árbol y tocarlo, pero el árbol y la mirada no son lo mismo, no hay coordinación volitiva entre el árbol y la mirada –poseída por la mano.

La posesión de la mirada por las manos es una tragedia ya no histórica, sino metafísica. Este trastorno del mundo objetivo, transfiguración retorcidísima del sujeto por el objeto, no puede sino perturbarnos muy profundamente: que las manos posean las miradas, y no al revés. La mano, ventrílocuo y verdugo, domina, ejerce su tremendo poder autoritario contra la mirada. Y la mirada, colonizada y enmudecida…, enajenada y atomizada, padeciendo en el centro de su intimidad una invasión verborreica y terrible: la falsa ilusión de la unidad.

Con donaire de gran señora, la astuta mano nos saluda con desdén y sarcasmo, porque si la mano es ciega, su más elemental necesidad es la de cegar: hacernos avanzar en la oscuridad de sus rutinas. Porque cuando comienzas a amputar sentidos, el que se impone siempre es el único sentido vacío, el sentido del tacto, único sentido entre todos, sentido demoníaco, capaz de sentirse a sí mismo: más que un sentido, un reflejo. 

¡Qué horror, ver niños y dementes tratar de mover los cielos o las montañas a su antojo, inadaptados al mundo, ignorantes y aturdidos! Aunque, si se pudiera pasar de un capítulo de tu vida a otro, no sólo hacia adelante sino también volver atrás, como se rebobina un vídeo o se salta de una pestaña a otra… ¿Acaso alguien puede decir que resistiría la embestida de la tentación? Aunque lo terrible de la tentación es que no es una embestida, sino cosquillas más bien, una sibilina canción de cuna...


domingo, 24 de abril de 2022

Breve análisis del(os) Golpe(s) de Dios

De Dios sabemos que no es una criatura rastrera ni tampoco un cobarde, ya que en el tercer salmo David le agradece el que golpee a sus enemigos en la cara. Lo que nunca sabremos es si Dios golpea con repertorio (uppercut, directos, crochet...) o sólo da guantazos deshonrosos

    La traducción del RVR1960, por ejemplo, no lo deja nada claro: «Porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla; Los dientes de los perversos quebrantaste». En otras traducciones se habla de "quijada" o simplemente de "golpear en la cara". En cualquier caso, ¿cómo se le puede romper los dientes a un “perverso” de un bofetón? La idea del golpeo con repertorio cobra sentido: si Dios es un ser omnisciente, entonces conoce todos los golpes posibles, aunque si es omnipotente, cualquiera de sus bofetones debería poder aniquilarte. (Ahora bien, si cualquiera de los golpes de Dios puede aniquilarte, ¿por qué Dios iba a elegir un golpe, en lugar de otro? Si el conocimiento de Dios es infinito, Dios nunca terminaría de elegir; pero si Dios tiene las opciones limitadas, como sabemos que así es, puesto que PASAN COSAS, en lugar de NO PASAR NADA EN SUSPENSIÓN DE TODO LO QUE PUEDE PASAR, lo lógico es que Dios, por su fetiche de trinitario, utilice sólo tres tipos de golpes, o incluso que Dios siempre golpeé tres veces: el golpe como padre, el golpe como hijo y el golpe como espíritu santo; el golpe con la mente, el golpe con el alma y el golpe con la carne... Incluso: un golpe que le da al hombre como Padre, otro golpe que se da a sí mismo como Hijo y un golpe intermedio e incomprensible en que Dios golpea el mismo golpe como Espíritu santo(1). –A ver, a ver, discutamos esto: ¿acaso no puede golpear Dios al Hombre como Mente, a sí mismo como Alma y fallar un tercer golpe como Carne, porque la Carne siempre fracasa…? Ya que en sentido estricto no sería un fracaso de Dios sino un símbolo en Dios del fracaso de la materia–). Claro que podría ser, prescindiendo de la hipótesis tanto de su omniscencia como de su omnipotencia, las cuales no pretendo enfrentar mediante un razonamiento lógico un domingo tan tranquilo para mi ánimo como éste, que los perversos tengan dientes de leche. A partir de lo cual cabría asimismo preguntarse si Dios es un abusón o si los perversos son, por definición, seres infantiles y sin madurar.

    Si los perversos se encuentran condenados a su infancia, tanto que nunca se les caen los dientes de leche hasta que Dios no les sacude (¿parábola de la madurez, esto es, del desencanto de la vida a través de las hostias que nos depara la vida, ergo del conocimiento y hasta de la sabiduría?) el dilema ético está clarísimo: ¿qué derecho tiene Dios a castigar al débil, sólo porque es su decisión seguir siendo débil, aparte, naturalmente, del derecho que proporciona dominar el gancho de “derechas”?


1. Para otro artículo: ¿puede Dios golpear no el mismo golpe, sino la necesidad del golpe? ¿Es este el fracaso de carne, la subordinación del alma al reino de la necesidad? ¿Qué sabían los gnósticos, a través de Platón, que a nosotros se nos escapa?

viernes, 22 de abril de 2022

Un profesor simpático es un bicho con veneno, una serpiente radical, un elemento antinatural proveniente de los cielos y los infiernos, un químico humanoide letal que torturará a su alumnado con métodos felizmente progresistas: hipnosis, sugestiones, chantajes emocionales,  envenenamiento moral, degradación sutil de la autoestima... La simpatía es tan sólo un matiz de la personalidad, mientras que el escarnio es la herramienta más útil que existe, si no para enseñar, por lo menos sí para vengar nuestro fracaso y castigar la torpeza del prójimo, ocultando nuestra malignidad y el perverso poder de fondo.  ¡Qué tremendo victimista, el profesor típico, cuando protesta por la pérdida de valor y autoridad de su profesión! No, la profesión funcionarial del profesorado no ha perdido valor ni autoridad: lo que acaso haya perdido es fuerza bruta, pero no hay una contradicción, sino una alianza, entre el victimismo y la sutileza de su dominación.

Dar y quitar son juegos de magia para un profesor simpático, naderías, su poder no está ya ni en la fuerza simbólica ni en la autoridad institucional ni en la legitimidad del castigo, sino en el carisma personal, en su habilidad como galán y seductor: en el menoscabo de tu soberanía, en llegar a hacerse indispensable para tu desarrollo adaptativo a las formas y a los fondos pedagógicos, a través de una pérfida influencia soterrada, definiendo la calidad de tu ser por el capricho de su voluntad; y, naturalmente, amaestrándote de paso con gran amabilidad, conduciéndote directo hacia la servidumbre y la insulsez intelectual. ¡Convirtiéndote, en el peor de los casos, en un pelele, y en el mejor, en un bufón!

Un profesor simpático no golpea, no castiga y a duras penas tuerce la mirada: se limita a mutilarte, no orgánica sino espiritualmente: forja tu personalidad en una relación de absoluta dependencia hacia su estimación. Es el peor poder de todos: el poder de abolir tu voluntad fuera de la conveniencia de su aprobación. Con el daño que todas esas ratas alegres nos hicieron, con las degradaciones y las ruinas anímicas que han urdido en nuestra contra, me resulta muy extraño que ningún asesino en serie ni ningún grupo terrorista haya ido directamente a cargarse a profesores. ¡Cuánto apreciaba yo a esos profesores que ni siquiera se dignaban a venir a clase, que estaban siempre de baja o en una boda, o profesionalmente atareados en otros menesteres menos leviatánicos! ¿Y qué decir de aquellos profesores que en lugar de dar clase te contaban su vida? Es verdad que sus anécdotas eran casi siempre algún modo del buen ejemplo, que escondían moralejas y convicciones, pero solían ser moralejas absurdas y convicciones tristes. Pero a mí, que nunca me ha deleitado  sino la inacción y la galbana, fingir que escuchaba a un hombrecillo patético mientras bostezaba y dormitaba en mi pupitre, me hacía los días mucho más sencillos... 

¡Qué horror, qué dilema ético tan desesperado, que mis mejores amigos sean profesores o se estén preparando para serlo! 


viernes, 8 de abril de 2022

Un triunfador se levanta a las seis de la mañana, hace unos ejercicios y sale a correr, se ducha, tuitea mientras toma café solo, estudia ocho horas los movimientos del mercado, come, invierte en criptomonedas, juega un rato al LOL, dispara cientos de matches en Tinder, investiga  y telefonea a sus contactos y se satisface y enorgullece enormemente de que, gracias a su esfuerzo, sacrificio y voluntad, al final de mes le queden limpios los mismos ochocientos euros que tenía el mes pasado. 

Un triunfador, en suma, no acumula dinero en su cuenta bancaria, sino espacio para el dinero que está por ganar. Llama al banco, se seca el sudor de la frente: "Quiero que me abran más espacio" le dice al director "aumentad el tamaño de mi caja fuerte. Veo venir la Gran Fortuna".

miércoles, 6 de abril de 2022

Escribió el teólogo San Dionisio un evangelio, considerado no sólo apócrifo sino profundamente hereje, a causa de sus versículos sobre el dolor de la existencia y lo intolerable e inextricable de la naturaleza humana, que destaca, no sólo por lo anteriormente mencionado, que pertenece tal vez al ámbito de la antropología o de la literatura, sino por su enorme poder de sugestión psicológica al descubrir los matices, no tanto del mal, como de la sospecha por el mal:

"1. Si tu padre es buen padre, pregúntate qué tan buen hijo es;

2. Si tu esposa es buena esposa, qué tan buena madre es; 

3. Y si tus hermanos son buenos hermanos, qué tan buenos amigos son.

4. Porque Dios los conoce a todos, y castigará cada minucia insignificante;

5. No perdonará al buen padre los pecados contra el padre;

6. A la buena esposa los pecados como madre;

7. Ni al buen hermano los pecados contra el amigo.

8. ¡Así es Dios, poderoso y suspicaz!"


¡Qué lucidez, cuánta amargura!


No hay idea más noble ni posibilidad más apetecible para un soldado, acostumbrado a matar, que la idea de la reencarnación, la esperanza de que su víctima, reencarnada, se convierta en su asesino.

 

jueves, 31 de marzo de 2022

Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline.

«Desde luego, tenemos la costumbre de admirar todos los días a bandidos colosales, cuya opulencia venera con nosotros el mundo entero, pese a que su existencia resulta ser, si se la examina con un poco más de detalle, un largo crimen renovado todos los días, pero esa gente goza de gloria, honores y poder, sus crímenes están consagrados por las leyes, mientras que, por lejos que nos remontemos en la Historia -y ya sabe que a mí me pagan para conocerla-, todo nos demuestra que un hurto venial, y sobre todo de alimentos mezquinos, tales como mendrugos, jamón o queso, granjea sin falta a su autor el oprobio explícito, los rechazos categóricos de la comunidad, los castigos mayores, el deshonor automático y la vergüenza inexpiable, y eso por dos razones: en primer lugar porque el autor de esos delitos es, por lo general, un pobre y ese estado entraña en sí una indignidad capital y, en segundo lugar, porque el acto significa una especie de rechazo tácito hacia la comunidad. El robo del pobre se convierte en un malicioso desquite individual, ¿me comprende?... ¿Adonde iríamos a parar? Por eso, la represión de los hurtos de poca importancia se ejerce, fíjese bien, en todos los climas, con un rigor extremo, no sólo como medio de defensa social, sino también, y sobre todo, como recomendación severa a todos los desgraciados para que se mantengan en su sitio y en su casta, tranquilos, contentos y resignados a diñarla por los siglos de los siglos de miseria y de hambre...». 

miércoles, 30 de marzo de 2022

Los límites del humor enmascaran los límites de la moralidad. Lo que el cómico que tan desesperadamente se aferra a la idea de que el humor no tiene límites desea hacernos creer es, únicamente, su bondad personal, que puede decir lo que quiera sin que eso lo convierta en mala persona. ¡Qué miedo tan bobo, ser juzgado como mala persona!

Ser mala persona es el gran privilegio del humor: ser mala persona sin que nos ahorquen por ello. ¿Por qué no decir “yo soy un cerdo proxeneta, un caníbal, un traidor a la patria y un usurero cabroncete en cuanto abro la boca y por nada del mundo querría fingir otra cosa” en lugar de “el humor no tiene límites”? Es que hasta la sintaxis de la frase parece problemática.

La ilimitación del humor es una disculpa preventiva, yo creo que el humor tiene límites muy claros, lo que pasa es que gozo transgrediendo esos límites y me deleito en la perturbación que causo. Si pudiera, os arrancaría un brazo; pero como no puedo hacer eso, os arranco una espantosa carcajada. Más que de tantear los límites del humor se trata de forzar y retorcer los límites entre el sufrimiento y el placer. 

Nada más elevado, en cualquier caso, que ganarse la vida haciendo daño a la gente. Un torturador jamás se disculpa. Y sin embargo, mirad los cómicos tan mediocres que tenemos: haciéndose los mansos, reclamando su porción de respetabilidad, exigiendo piedad para su furia.


jueves, 24 de marzo de 2022

Del inconveniente de haber nacido, Cioran: embriaguez de lo definitivo.

«Cuando me paseaba, tarde, por el camino bordeado de árboles, una castaña cayó a mis pies. El ruido que hizo al estallar, el eco que se suscitó en mí, y un temblor desproporcionado con respecto a ese ínfimo incidente, me sumergieron en el milagro, en la embriaguez de lo definitivo, como si no hubiera ya más preguntas, sólo respuestas. Me sentía ebrio de mil evidencias inesperadas con las que no sabía qué hacer... 

Así fue como estuve a punto de alcanzar mi momento supremo. Pero creí preferible continuar el paseo».

sábado, 19 de marzo de 2022

Almas muertas, Gogol: contra el Progreso

 «(...) porque todos somos en extremo generosos cuando se trata de la palabra "necio" y nos encontramos dispuestos a adjudicársela a nuestro prójimo veinte veces por día. Es suficiente hallar un aspecto estúpido entre diez para que le califiquen a uno de necio sin pensar para nada en los nueve aspectos buenos.

A los lectores les es muy fácil juzgar desde su tranquilo rincón, desde una altura que les deja ver todo el horizonte y otearlo todo cuando las cosas suceden allá abajo, desde donde únicamente se pueden distinguir los objetos más cercanos. En los anales de la historia de la Humanidad muchos son los siglos que el hombre tacharía y destruiría completamente por creerlos inútiles. En el mundo se han cometido muchos errores en los que parece que ahora no incurriría un niño. ¡Qué alejados, estrechos, tortuosos, desviados e infranqueables caminos eligió la Humanidad en su afán de llegar a la verdad eterna, siendo así que delante de ella se le ofrecía abierto un camino recto, parecido al camino que lleva al soberbio edificio destinado a la residencia del Zar!

Era un camino más ancho y majestuoso que todos los demás, iluminado por el sol, y en el brillaban las luces por la noche, pero las gentes se alejaban de él y se encaminaban hacia las tinieblas. Y en cuantas ocasiones, aunque les orientara el pensamiento venido del cielo, retrocedieron y se desviaron, fueron a parar, en pleno día, a lugares infranqueables, se arrojaron unos a otros una niebla que les cegaba y, siendo unos fuegos fatuos, alcanzaron el borde de un abismo para después preguntarse aterrorizados: ¿Dónde está la salida? ¿Dónde está el camino?

Nuestra generación lo ve todo con claridad, le sorprenden los errores, le causa risa la insensatez de sus mayores, sin advertir que esos anales han sido escritos con fuego celestial, que en ellos clama cada letra, que un dedo imperioso le señala por doquier a ella, a la generación actual. Pero nuestra generación se ríe, y arrastrada por el orgullo y la vanidad, empieza una serie de nuevos errores, de los que con el tiempo se reirán asimismo nuestros descendientes».


viernes, 4 de marzo de 2022

Lo que el común de los mortales no acepta no es una filosofía escéptica, amarga o incluso pesimista, pues perfectamente aceptan los términos negativos de la existencia que una filosofía pesimista afirma y hasta aceptarán, en momentos de debilidad sincera, no creer en nada; de hecho, es lo más habitual del mundo; lo que no aceptan es que tu filosofía no ponga excusas, que les niegue el consuelo de un culpable y de un mundo construido en torno al resentimiento. ¡Es que el pesimista no es un resentido, es a lo sumo un resignado!

Aceptan la pasividad, la impotencia, el quietismo, cierta remanente del nihilismo, pero sólo a condición de poder culpar a tal o cual estamento público, a tal o cual político, a tal o cual movimiento, a tal o cual religión: que todo se conjure en nuestra contra tiene un pase, pero que yo mismo esté, de alguna forma, conjurado con el desastre, eso es imperdonable; y si el mundo es duro e impera la sed y el desencanto, será que los hombres fracasan, pero no que yo esté condenado a fracasar: no acepto que mis huesos sean sólo amortiguadores de la Caída…

Tal vez el pesimista culpe a su condición de ser consciente o al universo, indisociable del propio ser, aunque la primera ilusión de la consciencia sea rasgar esa unión en el todo, pero por lo menos el pesimista no culpa a ningún otro. Un buen pesimista no debería siquiera aceptar ninguna culpa… Es que el conocimiento más venenoso es precisamente que no hay culpas ni culpables. No hay un "nihilismo" de la culpa. Precisamente el nihilismo comienza cuando se niega la culpa.


miércoles, 2 de marzo de 2022

NECHÁYEV

De pequeño tenía un perro y un gato, pero un día mi perro mató a mi gato y mi gato dejó ciego a mi perro. Llegamos a casa una madrugada después de haber cenado fuera con unos amigos de la familia y nos encontramos al gato muerto en el vestíbulo de la entrada perseguido por un reguero de sangre y al perro ciego dándose de cabezazos contra la pared, con el rostro canino ensangrentado y todo arañado. Nunca supimos qué podía haber pasado. Habíamos adoptado a ambos casi al mismo tiempo, como cachorros, y jamás se habían peleado. Y no sólo no se habían peleado sino que además eran los mejores amigos. Siempre se buscaban el uno al otro para jugar y cuando se reencontraban después de haberse separado durante algún tiempo ya fuera porque habíamos sacado al perro a pasear o porque habíamos llevado al gato al veterinario siempre acudían a saludarse entre ellos antes de saludarnos a nosotros. Durante largos días estuvimos llorándolos a ambos, primero porque el gato había muerto asesinado por el perro y segundo porque el perro, cegado por el gato, tuvo que ser sacrificado. No tanto por la calidad de vida que le suponíamos a causa de sus heridas sino porque nos sentíamos incapaces de convivir con un asesino. Aquella dulce, simpática y hermosa criatura se había transformado, a nuestros ojos, en un monstruo abominable capaz de matar a otra criatura igual de dulce, simpática y hermosa que él mismo. Era como si la posibilidad de nuestro cariño se hubiera extinguido para siempre. De haber sido el gato el sobreviviente habríamos hecho lo mismo. 

Una mala noche, décadas más tarde, a punto de alcanzar la treintena y a causa de una pesadilla que había sufrido, me acordé de mi perro y de mi gato. Los animales habían dejado de gustarme; podría decirse, incluso, que me causaban si no desagrado, sí mucha desazón. No podía olvidar que una mascota era capaz de matar a otra. No eran seres limpios como había pensado. Tenían sus garras, sus dentaduras, su inquina. Aquel día, cuando descubrí a mi perro ciego y a mi gato muerto, perdí toda perspectiva de luz en mi vida. Una penumbra se cernió sobre mi visión, con su telón de espanto. Comprendí de pronto que la causa definitiva y a la vez primera de todos mis males, de mis torpezas, de mis fracasos, introversiones e indolencias, fue aquel desastre infantil. Amar, sonreír, esperanzarse…, dejaron de tener sentido para mí aquel día. A menudo lamentaba no haber matado yo a mis animales, para cargar únicamente con la culpa y no con la fatalidad de un mundo sin belleza ni moral. De manera que el aniversario de mi treinta cumpleaños lo celebré envenenando al gato de mis vecinos. Me quedé mirando al otro lado de la tapia que separaba nuestras casas cómo el animalillo se retorcía de dolor a causa de la mezcla de matarratas y alprazolam con que había envenenado unos alimentos que le había lanzado. Las benzodiacepinas se las había mezclado para que no sufriera, pero también pensé que era mi obligación moral quedarme mirándolo agonizar hasta que la vida se le esfumase de entre las carnes. No por placer, sino por compromiso: huir de la contemplación de su agonía me parecía cobarde y atroz.

Los años siguientes llegué a envenenar, entre perros y gatos y sólo en mi comunidad autónoma, pues cuando me iba de vacaciones descansaba también de la práctica ética eutanásica que me había impuesto a mí mismo, un centenar de perros y gatos, de los cuales espero que hayan muerto inmediatamente casi todos, aunque no lo puedo confirmar porque no siempre era posible quedarse mirando. Sólo un par de veces tuve que rematar con un palo a dos perros muy grandes con los que me había quedado corto con la dosificación del veneno, ya que no paraban de retorcerse y suspirar. 

Sucedió una madrugada, sin embargo, con la mitad de la treintena ya cumplida, que me encontré a un gato carey  muy sucio, tuerto y enorme, que se negaba a morir. Cada tres o cuatro días lo intentaba envenenar con algún cóctel mortífero o con unos pocos clavos escondidos en salchichas que nunca se comía. Aquel gato era tremendamente desconfiado, jamás dejaba que nadie se le acercase sin erizarse y bufar, ni siquiera otros gatos; no hablemos ya de otros perros, a los que tenía aterrorizados. Era sencillamente imposible matarlo, ni con veneno ni apaleándolo.

El gato carey, al que llamé Necháyev una noche de importuna frustración, nunca comía nada que no pudiera cazar. En el pueblo se le consideraba culpable de diezmar las poblaciones de los diferentes animalillos que habitaban los límites municipales, cuya periferia era rodeada por un pinar al norte y un descampado al sur que cortaba una carretera. Pero en el fondo de aquella culpa pública había también cierta admiración, porque desde que Necháyev había aparecido por el entorno municipal no se habían vuelto a sufrir plagas de ratas o cucarachas.. Se rumoreaba, incluso, o por lo menos algunos testigos, poco creíbles debo decir, lo habían referido, que practicaba el canibalismo, culpándosele de la desaparición de varios gatos domésticos, y que durante la nochevieja del año anterior había entrado a la casa del alcalde, comiéndose al cachorro de bulldog de su hijo y violando a la gata siamesa de su hija, la cual dio a luz a doce gatitos carey que tuvieron que ser sacrificados, ya que nacieron todos con graves deformidades o malvados. Era, en resumen, un monstruo de proporciones abismales. Y aunque el pueblo entero lo temía y los niños se echaban a llorar en cuanto lo veían, a cualquiera que se le hubiera ocurrido exponer públicamente la ocurrencia de asesinarlo se lo hubiera tachado de loco y de miserable, obligándolo a sonrojarse y disculpar sus malas bromas. En cualquier caso, ya en el pueblo se conocía la existencia de un asesino de animales y se tomaban prudencias ridículas a fin de evitar que las mascotas comieran nada de la calle o salieran solos a pasear. Nadie sospechaba que el asesino era yo, a excepción tal vez de Necháyev, cuyo mirar de reojo exhibía un rencor presuntuoso muy obvio y exagerado; no entendía cómo era posible que nadie más se hubiese dado cuenta. Debía matarlo no sólo ya por mi misión eutanásica sino también porque mientras él viviera yo no dejaría de temer que me descubriesen.

Durante semanas esbocé diferentes planes de eutanasia, pero como era tan desconfiado y tan ágil me fue imposible tanto el que me aceptara alguna comida como el lograr acorralarlo. Siempre se me escurría en el último momento. Sólo en una ocasión estuve a punto de acorralarlo, pero me lanzó tal mirada de furia y de desprecio que tuve que retroceder prudentemente a fin de mantener a salvo mi integridad. Era aquella la mirada con la que a mí me gustaría mirar a todos los seres vivos del planeta. Y me preguntaba si fue así la última mirada que se devolvieron mi gato y mi perro antes de arrojarse el uno contra el otro. Todavía la gente en el pueblo me recordaba aquel episodio, que todos conocían y a todos asombraba. ¿Qué pasó con tus animales?, ¿por qué se mataron, si eran tan amigos? Jamás se había visto en el universo conocido que dos criaturas se adorasen más que aquellas. A menudo se lamían el uno al otro hasta quedarse dormidos, ambos, a los pies de mi cama, donde yo solía demorar el sueño para seguir contemplando su enorme ternura y amistad sin fisuras. Finalmente, vencido por el cansancio, hasta en mis sueños continuaban adorándose y queriéndose, cuidando el uno del otro. Todavía algunas noches sueño con mi gato y con perro, pero ya no queriéndose, sino arrancándose mutuamente diferentes extremidades, una oreja, las patas, el hocico… 

Si en un universo predefinido y previsible se puede hablar de milagros entonces habrá que reconocer que lo que ocurrió la misma noche en que cumplía treinta y siete años fue un milagro. Yo solía dejar la cancela del jardín abierta y, como aquella noche, a pesar de ser octubre, hacía mucho calor, también había dejado abierta la ventana. En persecución de alguna criatura, que a mí me pareció un pequeño mirlo malherido, el gato Necháyev se había colado en mi casa y arrinconado al avecilla en la biblioteca,  bajo el escritorio, donde se arrojó sobre ella para poseerla con su cuerpo entero, la enterró entre sus dientes y la asfixió en un suspiro. Trastornado por los ruidos, rugidos, chillidos, cantos de auxilio y golpes en los muebles acudí corriendo al cuarto, alzando un martillo sobre la cabeza, pensando que se trataría de un intruso humano. Al encender la luz el ojo verde y agresivo de Necháyev resplandeció enorme y como poseído. Su cuerpo, erizado, apuntaba como una flecha en mi dirección. Dejó caer su pieza, en beneficio, imaginé, de una pieza mayor, sacó las uñas y saltó contra mi cara, esquivando al vuelo el golpe de martilló que le lancé y clavándolas en mis ojos, unas directamente en la pupila del ojo izquierdo, rasgándola como una cortina, y otras en la bolsa del párpado inferior del ojo derecho. Logré, con el mango del martillo contra su cuerpo, sacármelo de encima, y en su siguiente embestida no fallé el golpe y lo lancé contra una estantería, cuyos tomos le cayeron encima.  Sin fuerzas más que para huir, salí del cuarto y cerré la puerta tras de mí, encerrándolo dentro. En las urgencias me hicieron varias preguntas que no supe responder. Había perdido un ojo y por poco no pierdo los dos. 

Necháyev seguía encerrado en la biblioteca cuando llegué. Lo vigilé desde la ventana que daba al patio interior. Descansaba relajadamente en una esquina del cuarto desde la que apenas podía observarle. Se había comido las alas del mirlo. Me pareció increíblemente inteligente por su parte. Sabía que probablemente estuviese mucho tiempo encerrado y fraccionaba su alimento. Sus dotes de supervivencia me maravillaban. Todo en aquel monstruo presuntuoso era admirable o no tenía sentido.

El mirlo le duró toda una semana. Cuando acabó con la carne lamió los restos entre los huesos. Al final de la siguiente semana comencé a arrojarle pienso. Abría la puerta apenas unos centímetros, con un cuchillo en una mano y el pienso en la otra. También mojaba con agua el suelo por si quería lamer los charcos, ya que me daba miedo abrir la puerta lo suficiente para introducir un cuenco de agua. Era notablemente inseguro abrir la puerta lo suficiente para que Necháyev pudiera asomarse a través de ella. Aunque pareciera relajado y lejano ya había visto cómo apenas necesitaba una mínima fracción de segundo para lanzarse al ataque y un instante arrancarte los ojos. Pero se negaba a comer y a beber lo que le ofrecía. Casi un mes más tarde, Necháyev aparentaba una fragilidad moribunda insospechable. No había comido ni bebido nada desde que terminó de rebañar los huesos de su última presa. A fin de salvar su vida, o si se quiere, retenerlo como rehén, tuve la idea de comprarle animalillos vivos o capturarlos yo mismo, echárselos en el cuarto y dejar que él los cace. Y a pesar de su primera disposición a ignorar a aquellas presas que le ofrecía, el hambre venció su orgullo y tentó su dignidad, lanzándose torpemente feroz contra un hámster que le había comprado. Por mi parte, nunca más volví a matar a ningún animal, si no se considera que aquellas ofrendas podían considerarse como un asesinato cómplice.

Necháyev vivió todavía ocho años más. Jamás salió de aquel cuarto. Sabía que, en el momento en  que me apiadase y lo liberase, se arrojaría contra mí para arrancarme el otro ojo. Un monstruo no perdona, y menos todavía un monstruo tan rencoroso como aquel. Lo encontré muerto una cálida tarde de septiembre. Hacía una semana que no hacía ningún movimiento y las presas con que lo agasajaba comenzaban a acumularse a su alrededor. Pensaba que sería algún tipo de truco, pues ya se había fingido muerto otras veces. El cuarto apestaba, no sólo por los restos inmundos acumulados, que limpiaba de vez en cuando muy prudentemente introduciendo un pequeño rastrillo y tirando hacia la superficie toda la podredumbre que conseguía atrapar, sino que el hedor parecía ser expelido de su propia derrota. Un cadáver vencido huele peor que un cadáver triunfal, me sonreí pensando. También los animalillos devorados huelen peor que los animalillos privilegiados con una muerte dulce. Aquello me pareció repentinamente muy obvio y me acosté pensando en el hedor que desprenderían mi perro y mi gato cuando se mataron el uno al otro. Era incapaz de recordarlo, además, sólo el gato estaba muerto y no había pasado el tiempo suficiente para que su cadáver comenzara a pudrirse. Necháyev desprendía un hedor espantoso, un hedor nauseabundo que me provocó vómitos durante lo que restaba de año. 

Enterré su cadáver en el jardín, dentro de una bolsa hermética. Pensé en arrojarlo al monte, pero temía que lo encontrasen. Después de ocho años sin aparecer hubiese sido muy sospechoso que alguien del pueblo lo encontrase muerto. Ningún vecino se explicaba qué podría haber ocurrido con el gato. Se decía que, harto de las mismas presas, se habría ido al pueblo de al lado, a cazar animales más grandes o por lo menos distintos. Una vez, durante una de estas conversaciones, se me escapó decir que no es lo mismo una presa cazada que una presa vencida. Nadie, y tal vez ni yo mismo, entendió aquel inciso. Cuando tenía invitados en casa, solían hablar de lo mal que olían las flores del jardín. Todos en el pueblo lo comentaban. Son hermosas, decían, las flores que cultivas, pero huelen terriblemente mal. Yo cambiaba el tema de conversación hablando de mi perro y de mi gato. ¿Os he contado alguna vez que mi perro y mi gato se mataron el uno al otro…?


domingo, 27 de febrero de 2022

Lo único que no parece haberse refinado demasiado con el progreso es precisamente la guerra: siguen muriendo personas. El progreso triunfará, es decir, se impondrá moralmente, sólo cuando dejen de morir personas y comiencen a morir códigos binarios. 

Claro que habrá que reconocer entonces que la mayor parte de las sensiblerías y estupideces que consideramos signos de debilidad occidental no son sino, muy al contrario, exhibiciones de la vigencia y el poder de nuestra civilización. Llorar a moco tendido por un gorrión al que una bomba le ha roto un ala, por ejemplo; o desgranar el censo de muertos ya no mediante un cuadro a partir de un modelo binario, sino con perspectiva de género, decolonial y, si se contratan los suficientes auxiliares administrativos, antiespecista –han muerto tantas orugas, tantas culebras, tantas ovejas...

Muy distinto es cifrar la cúspide aparente de nuestra civilización como el comienzo de su decadencia, destacar sus rasgos más extravagantes o maniáticos como elementos aceleradores de su auto-destrucción. Pero esta es una perspectiva tan inocente y fetichista como cualquiera otra, ya que asegurar la decadencia por el desequilibrio de sus elementos es una simulación a partir de una cual hacemos pasar una crítica moral por una predicción científica.

A las revelaciones se las lleva el viento... Qué balbucientes parecen los profetas cuanto portan una espada horriblemente pesada sobre sus cabezas. Ahí ya son todo dudas, nerviosismo, hipocondría. Pero yo también soy hipocondríaco cuando me apuntan con un arma... Al pobre Damocles lo que le dio fue un espantoso ataque de hipocondría con la espada colgando sobre su cabeza.

martes, 11 de enero de 2022

El rostro de un genocida, de un monstruo sádico y anhelante de dolor: un rostro tranquilo, risueño, pálido y amodorrado, un astuto soñador con una vivaz inteligencia y amena conversación. Ese rostro está en tu salón, cenando con tu familia, repartiendo los aperitivos...

Para tu padre, arresto domiciliario; para la tía Juana, castración química; para el novio de tu hermana, expulsión a su país de origen; para tu primo, campo de reeducación; para tu abuela, eutanasia, hay que asumir la muerte y el gasto público que genera su supervivencia y de todas formas ya se reencarnará en alguien joven más adelante.

Así reparte los aperitivos el buen hombre, la alegre mujer; es un monstruo sin género ni ideología; no tiene brazos ni piernas; no tiene idioma ni sangre; lo único que tiene es razón: es un cerebro conectado a una fregona, que escurre su angustias sobre el gran cubo de la vida, luego bebe del agua sucísima, y el proceso se inicia de nuevo.