martes, 11 de enero de 2022

El rostro de un genocida, de un monstruo sádico y anhelante de dolor: un rostro tranquilo, risueño, pálido y amodorrado, un astuto soñador con una vivaz inteligencia y amena conversación. Ese rostro está en tu salón, cenando con tu familia, repartiendo los aperitivos...

Para tu padre, arresto domiciliario; para la tía Juana, castración química; para el novio de tu hermana, expulsión a su país de origen; para tu primo, campo de reeducación; para tu abuela, eutanasia, hay que asumir la muerte y el gasto público que genera su supervivencia y de todas formas ya se reencarnará en alguien joven más adelante.

Así reparte los aperitivos el buen hombre, la alegre mujer; es un monstruo sin género ni ideología; no tiene brazos ni piernas; no tiene idioma ni sangre; lo único que tiene es razón: es un cerebro conectado a una fregona, que escurre su angustias sobre el gran cubo de la vida, luego bebe del agua sucísima, y el proceso se inicia de nuevo.