miércoles, 24 de febrero de 2021

No es cínico el filósofo pesimista que no se suicida, por mucha recomendación del suicidio que haga, dado que este pesimista, al contrario que los otros inconscientes y superfluos que le rodean, tiene una misión, como buen filósofo pesimista que es: que todo el mundo se suicide. Mientras quedase alguien sufriendo miserablemente en la tierra a causa del horror de la existencia no tendría sentido suicidarse.

Podría decirse, no obstante, que un buen pesimista no predica, se resigna y calla, afirmación que estaría dispuesto a conceder si no me pareciera totalmente inútil y falaz distinguirse bajo el epíteto de una escuela filosófica cualquiera si no esto no condujera a algún tipo de práctica profundamente seductora e invasiva. El deseo secreto de todos los hombres es que todo el mundo los imite, o por lo menos que lo obedezcan, para lo cual no sirven los tímidos conatos de sabiduría o de  boba certeza autoindulgente. 

Decía Cioran que las religiones y los sistemas filosóficos, mucho más que los Imperios, anhelaban la conquista del mundo y sobre todo del corazón del hombre, con un éxito razonablemente superior al de los Imperios, porque ambicionan mejor. Al pesimista sólo le quedan dos opciones: o una resignación falaz o un triunfo cínico.

Matar está moralmente sobredimensionado, matar es simplemente como desenchufar un electrodoméstico o romper una taza sin querer. Lo más difícil es obligarse a recoger los trozos, pero las tazas se rompen prácticamente solas, basta con mirarlas muy indignadamente o agitarlas un poco.

Porque matar no es lo peor que se le puede hacer a un ser humano; por lo común, lo peor que se le puede hacer a un ser humano es amenazarlo con la muerte, la suya o la de un ser querido, pero no en sí el matarlo, aunque esto depende naturalmente de su sensibilidad para con los sustos.

martes, 16 de febrero de 2021

No importa lo pesimista o depresivo que uno sea, si te ponen una pistola en la sien, no le recitas al asesino un poema de Kavafis. 

A pesar de lo cual sería magnífico que nuestras últimas palabras fueran aquellas de «Son los esfuerzos nuestros como los de los troyanos»...

La caca de Mainländer

Un hombre afín al panteísmo, ante la caca atroz y hedionda de su perrito, pone ojos tiernos. 

    Diríase que le perdona la vida a esa caca, pues también participaría de la divinidad. Si a la caca, en un arrebato de minimalista testarudez, la llamase casa, podría irse a vivir dentro de ella.

    Mainländer, en cambio, tomaría aquella caca como lo que es, como un desecho y nada más, un desecho entre desechos, igual que a sí mismo se tomaría como un desecho y nada más.

    Si Mainländer, por último, pisara por accidente una caca, se diría que no es peor pisar una caca que llenarse de aire los pulmones.