sábado, 26 de enero de 2019

Un pequeño artículo intrascendente sobre los errores y los aciertos de los INCEL

Existen muchas razones, casi diríamos infinitas razones, por las cuales un hombre no consigue tener sexo ni establecer relaciones románticas con mujeres u otros hombres. No puedo detenerme a mencionarlas todas, pero sí que mencionaré al menos tres de las cuales pueden derivarse, a mi juicio, todas las demás que se me ocurren: introversión, escaso atractivo o pobreza. Veremos cómo pueden completarse estas categorías, en principio estrechas, para analizar sus significados dentro de la perspectiva de un tipo concreto de sistema social, que reproduce sistemas de valores que marginan como inadecuados a muchos de sus ciudadanos, no sólo a un nivel social o económico, como es tópico señalar, sino sobre todo a nivel personal. Empezaré por mencionar estos tres motivos.

El primero de los motivos es la introversión. La introversión puede ser más o menos explícita. Se puede dar el caso de un hombre que no tenga amigos ni se mueva por amplios o libidinosos círculos sociales, de manera que sus opciones se reduzcan considerablemente. Un hombre miedoso, pero socialmente activo, tendrá asimismo menor éxito reproductivo que sus camaradas. En cuanto al escaso atractivo, éste puede deberse a un físico bochornoso, a nula higiene corporal, a rastros de enfermedades, mutilaciones, etc., así como surgir también de la simpleza, de la torpeza o de la impulsividad. Aquí  vemos como el atractivo puede ser tanto físico como intelectual, de manera que ambos factores son susceptibles de transformarse en razones de rechazo o de abandono. De la pobreza no hará falta decir ninguna cosa, porque no tiene excesivos matices; además, la pobreza se cruza con el atractivo, con lo cual cabe preguntarse si no sea un detalle secundario a éste. Quizá aquí pueda hablarse, sencillamente, de “clase”, entendida ésta en un amplio sentido. Un inmigrante senegalés sin recursos probablemente ligue menos que un alemán de clase alta que veranea en Marbella, aún cuando un juicio objetivo de su belleza le sitúe tres puntos por encima Por no decir que le importará menos follar o no follar que a su análogo acaudalado. El exotismo se pierde bajo el prejuicio. El atractivo también tiene su razón económica: consideramos por defecto menos atractivo a un vagabundo que al directivo de una sucursal bancaria. El vagabundo es una mercancía erótica que rechazamos, puesto que carece de valor económico. Poco nos importa el color de sus ojos…

Y es aquí donde quiero comenzar realmente mi reflexión. ¿Por qué se ignora, tan a propósito, que no sólo las mujeres son cosificadas, bienes mercantiles, productos sexualizados en función de su estatus, sino también los hombres? El enfado de los “INCEL” deviene, sostengo, de esta negación: se niegan a ser mercancía. O mejor dicho, no se niegan a ser mercancía, razón por la cual el énfasis de su protesta está tan mal dirigido, sino que protestan ante el valor específico que las mujeres les otorgan como mercancía: es una protesta, digámoslo claramente, arribista: no pretenden cambiar el estrato social sino imponer al mundo un estatus. Desde luego que la misoginia tiene su papel fundamental en la psique de estos hombres heridos por sus condiciones materiales, pero se puede elaborar un discurso “INCEL” sin misoginia, por ejemplo, evitando excluir a las mujeres en la misma protesta por su falta de oportunidades sexuales, negando así que exista un derecho masculino que imponga sobre la mujer un deber por satisfacer esta falta de oportunidades.  Un análisis de este tipo sería, qué duda cabe, mucho más lúcido, pues prescindiría de lo superfluo para volcar su esfuerzo en el mercantilismo cosificante de las relaciones sexuales. Las razones psicologistas, por último, de los “INCEL” me importan poco o un bledo, lo importante son el tipo de relaciones materiales que establecen y permiten su pensamiento misógino, no tanto los vericuetos ni los prolegómenos de estos pensamientos.

Podemos, además, preguntarnos una última cosa. ¿Es injusto carecer de oportunidades sexuales, esto es, de follar? Si este valor sexual se debe únicamente a razones económicas entonces la injusticia no sería de índole natural, sino social, por lo tanto el sexo acarrearía un “privilegio” –por usar un término posmoderno que poder, de paso, ridiculizar– que habría que erradicar, por ejemplo, mediante algún tipo de cuotas. Pero si ocurre que esta falta coincide con valores naturales, aunque sean valores simbólicos, nos enterraríamos en la desgracia cotidiana de tener que aceptar que o bien somos unos indeseables o bien sólo podemos hacernos desear trastocando el contexto social que origina los símbolos por los cuales, realmente, se nos rechaza. La sexualidad, esto es, el deseo sexual no es un derecho, o mejor dicho, es un derecho en la misma medida en que es un derecho tener hambre: es un derecho en la medida en que es una realidad que impone su necesidad. La relación sexual, en cambio, sólo sería un derecho en tanto relación sexual con uno mismo, no con otro. Así pues, la intuición de los así llamados “INCEL” es correcta, precisa, requiere que razonemos, enfriemos nuestros ánimos y meditemos sobre ella. Puede que todo lo demás en este grupúsculo tristecillo sea desmesurado, incorrecto o estúpido, pero ello no hace menos serio ni menos legítima la seriedad de su intuición. A pesar de que el grupúsculo ha pasado un tanto de moda, o al menos los grandes medios no se ocupan ya de sus matanzas, o precisamente porque han pasado de moda, quería tratar de escribir este artículo sosegado sobre este grupúsculo de los llamados "INCEL": célibes involuntarios.

sábado, 5 de enero de 2019

Ese maldito yo, de Emil Cioran

«Un cráneo expuesto en una vitrina es ya un desafío; un esqueleto entero, un escándalo. ¿Cómo el pobre transeúnte, aunque sólo le eche una mirada furtiva, se dedicará luego a sus tareas? ¿Y con qué ánimo irá el enamorado a su cita?

Con mayor motivo, una observación prolongada de nuestra última metamorfosis no podrá más que disuadir deseos y delirios.

...De ahí que, alejándome de aquel escaparate, no pudiera sino maldecir semejante horror vertical y su sarcástica sonrisa ininterrumpida»