lunes, 6 de junio de 2022

Gran cantidad de mediocres han prosperado, sin triunfar, a lo largo de la historia en todas las sociedades. Nunca han sido grandes figuras históricas –conquistadores, reyes, inventores, magnates– sino pequeñas figuras privilegiadas que viven cómodamente a pesar de sus simplezas.

Estos ineficientes afortunados componen invisible pero inevitablemente el día a día del sistema capitalista, fundamentales como pilares de la irrelevancia, sin aportar valor ni acceder a la grandeza: rentistas, consejeros, terratenientes, usureros, accionistas, arrendadores, hosteleros, asesores fiscales, inversores, artistas, peritos, administrativos, ceos, profesores universitarios, directivos, investigadores amodorrados de medio pelo, coaches espirituales, herederos, diseñadores de interiores, funcionarios, los últimos residuos de la nobleza…

Esta ciega masa, mezcla de aristocracia, pequeña burguesía, clase funcionarial e inmorales y bohemios de todo tipo, ¿no son el tumulto?, ¿no son la turba ruin que expresa ese sedimento amargo y banal de la ideología en nuestras almas, su más concreta y material expresión, cuyo problema radical no es que no trabajen, sino que no pueden dejar de fingir que trabajan? Ellos hacen, es decir, roen. Roen el mundo como las termitas la madera, pero al contrario que éstas, no dejan que la estructura caiga: usan el excremento como pegamento para la cohesión social. Su excremento es nuestro pasado, nuestro presente, nuestro futuro.



miércoles, 1 de junio de 2022

No creo, contra la opinión de algunos filósofos, que el origen del universo sea el último reducto teológico que le queda a la religión, el último agujero en la manzana donde refugiarse y soñar. Sería reconocerle a la teología algo de lo que carece por completo: honestidad intelectual; en síntesis: yo no subestimaría la capacidad de supervivencia de los escolásticos. Esto sería tan absurdo como decir que el ‘ajuste fino’ es la premisa de una fe: la condición a partir de la cual se deduce el teísmo; el argumento del ‘ajuste fino’ –muy poco novedoso en esencia, salvo en su lenguaje positivista– no es el principio de ninguna fe: es más bien el perchero de la fe: el mismo perchero de siempre: lo único que hacen los teólogos es cambiar el perchero de armario y colgar después su fe. Es el medio a través del cual la religión trata de legitimar su competencia. Puede que no sea irracional creer en Dios, pero es algo mucho peor: una impostura. ¿Una impostura sofisticada? No, sólo una impostura invencible, como aquella del paranoico que sólo ve, en todo lo que le rodea, pruebas de la conspiración que existe en su contra.

Realmente el conflicto entre razón y fe, expresado como un conflicto entre religión y ciencia, carece por completo de sentido: no hay ningún conflicto: la religión primero acata y después retrocede. Para el caso, sería lo mismo si la religión anduviera aun hoy interpretando literalmente el génesis: ese paso de lo simbólico a lo literal inaugura su derrota a condición de posponerla eternamente. 

Creo que, si acaso la ciencia hallase la forma de explicar el origen del universo (o de los multiversos, lo que seguiría sin acorralar a la teología por mucho que esto explicase el 'ajuste fino'), es decir, si a través de una explicación puramente positiva se pudiera llegar a la última y más esencial verdad (que sería ya una verdad o bien irrelevante o bien infumable), todavía habría un cura agazapado más allá de aquella verdad, todavía se le ocurriría algún maravilloso sofisma nuevo: porque cuando el cura no pueda esconderse ya tras el génesis, ¿no se esconderá aún tras el apocalipsis? Es el sentido lo que define a la religión, y no el detalle que vertebre el cosmos. Cuando el científico diga “hasta aquí he llegado con mi ciencia” todavía responderá el cura “te ha quedado un barco magnífico, es hora de que sueltes el timón y lo naveguemos nosotros”. Muy probablemente, tras la última verdad científica, todavía estalle una última revolución religiosa: la del árbol de la vida –es decir, de la ilusión...