viernes, 3 de enero de 2020

Por alguna razón, el pesimista adolescente muda casi siempre en militarista. Otra cosa es el adolescente sensible o histérico, que en la adultez puede ser un sorprendente buen pesimista, cuando aprende a aquilatar sus sensiblerías con buenos argumentos y razonamientos precisos: cuando el pesimismo es vivido y luego descubierto para enfriar su corazón y avivar su inteligencia. Pero en cuanto al que primero encuentra los argumentos, ese no dura demasiado en el pesimismo, sus reservas morales contra el universo pronto trocan en protestas morales contra los malos hábitos y las laxitudes de su tiempo. De joven, el pesimismo le permitía situarse sobre el universo; de adulto, más moderado y también cobarde, se acopla al conformismo de la superioridad por la patria o el bolchevismo, único lugar donde aún se permite la creencia de que puede obrar algún cambio y de que él mismo no es un muñeco inerme e impotente, lo que en realidad es, como bien sabe todo pesimista.