miércoles, 30 de marzo de 2022

Los límites del humor enmascaran los límites de la moralidad. Lo que el cómico que tan desesperadamente se aferra a la idea de que el humor no tiene límites desea hacernos creer es, únicamente, su bondad personal, que puede decir lo que quiera sin que eso lo convierta en mala persona. ¡Qué miedo tan bobo, ser juzgado como mala persona!

Ser mala persona es el gran privilegio del humor: ser mala persona sin que nos ahorquen por ello. ¿Por qué no decir “yo soy un cerdo proxeneta, un caníbal, un traidor a la patria y un usurero cabroncete en cuanto abro la boca y por nada del mundo querría fingir otra cosa” en lugar de “el humor no tiene límites”? Es que hasta la sintaxis de la frase parece problemática.

La ilimitación del humor es una disculpa preventiva, yo creo que el humor tiene límites muy claros, lo que pasa es que gozo transgrediendo esos límites y me deleito en la perturbación que causo. Si pudiera, os arrancaría un brazo; pero como no puedo hacer eso, os arranco una espantosa carcajada. Más que de tantear los límites del humor se trata de forzar y retorcer los límites entre el sufrimiento y el placer. 

Nada más elevado, en cualquier caso, que ganarse la vida haciendo daño a la gente. Un torturador jamás se disculpa. Y sin embargo, mirad los cómicos tan mediocres que tenemos: haciéndose los mansos, reclamando su porción de respetabilidad, exigiendo piedad para su furia.


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