viernes, 4 de marzo de 2022

Lo que el común de los mortales no acepta no es una filosofía escéptica, amarga o incluso pesimista, pues perfectamente aceptan los términos negativos de la existencia que una filosofía pesimista afirma y hasta aceptarán, en momentos de debilidad sincera, no creer en nada; de hecho, es lo más habitual del mundo; lo que no aceptan es que tu filosofía no ponga excusas, que les niegue el consuelo de un culpable y de un mundo construido en torno al resentimiento. ¡Es que el pesimista no es un resentido, es a lo sumo un resignado!

Aceptan la pasividad, la impotencia, el quietismo, cierta remanente del nihilismo, pero sólo a condición de poder culpar a tal o cual estamento público, a tal o cual político, a tal o cual movimiento, a tal o cual religión: que todo se conjure en nuestra contra tiene un pase, pero que yo mismo esté, de alguna forma, conjurado con el desastre, eso es imperdonable; y si el mundo es duro e impera la sed y el desencanto, será que los hombres fracasan, pero no que yo esté condenado a fracasar: no acepto que mis huesos sean sólo amortiguadores de la Caída…

Tal vez el pesimista culpe a su condición de ser consciente o al universo, indisociable del propio ser, aunque la primera ilusión de la consciencia sea rasgar esa unión en el todo, pero por lo menos el pesimista no culpa a ningún otro. Un buen pesimista no debería siquiera aceptar ninguna culpa… Es que el conocimiento más venenoso es precisamente que no hay culpas ni culpables. No hay un "nihilismo" de la culpa. Precisamente el nihilismo comienza cuando se niega la culpa.


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