lunes, 10 de octubre de 2022

Es conocido que para matar a un monógamo, según informan diferentes bestiarios de origen medieval, es suficiente con cortarle la cabeza: pues un monógamo es incapaz de sobrevivir sin su cabeza más que unos pocos segundos, en los que parece limitarse únicamente a agonizar. Sin embargo, cuando le cortas la cabeza a un poliamoroso, éste es capaz de regenerar dos cabezas por cada cabeza que le amputas, ambas cabezas enamoradas de la ausente.

Es muy común, según la descripción de Santa Cunegunda, que publicó un bestiario, apenas estudiado, datado en el año 1616, que el poliamoroso exija, una vez que se le ha despojado de su cabeza, que se le despoje también de las dos primeras cabezas que regenera, pues su gran temor consiste en que, en ausencia de la cabeza primigenia, la dos cabezas resultantes se enamoren, transformándose en un monstruoso monógamo bicéfalo. Para el poliamoroso la orgía mínima aceptable son de cuatro cabezas por persona, aunque Santa Cunegunda, en su bestiario, refiere testimonios de poliamorosos de hasta ciento ochenta cabezas, todas ellas enamoradas entre sí.

Dicen que el héroe Heracles sólo pudo derrotar a la Hidra de Lerna seduciendo a todas sus cabezas hasta que éstas, celosas unas de las otras, se devoraron entre sí. Hay también quien opina, en referencia al mito griego, que Heracles nunca cesó de cortarle sus cabezas a la Hidra, que las reproducía tan incansablemente como el otro se las cortaba, al punto que ambos acabaron sepultados en cabezas y originando una forma de universo contiguo al nuestro, cosmogonía no tan absurda si se piensa en aquella según la cual Dios creó el mundo de la nada.


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