lunes, 25 de abril de 2022

Como ninguno de los grandes textos sagrados nos advirtió jamás sobre las perversidades de poner la mano donde tienes la mirada, las pantallas táctiles se han impuesto; cuando, si uno tiene algo de sentido de la decencia y una ínfima pizca de brillantez intelectual, se percatará en seguida de lo antinatural que resulta. Es que hasta ahora no era siquiera posible poner la mano donde se tenía la mirada. Uno podía, por ejemplo, mirar un árbol y tocarlo, pero el árbol y la mirada no son lo mismo, no hay coordinación volitiva entre el árbol y la mirada –poseída por la mano.

La posesión de la mirada por las manos es una tragedia ya no histórica, sino metafísica. Este trastorno del mundo objetivo, transfiguración retorcidísima del sujeto por el objeto, no puede sino perturbarnos muy profundamente: que las manos posean las miradas, y no al revés. La mano, ventrílocuo y verdugo, domina, ejerce su tremendo poder autoritario contra la mirada. Y la mirada, colonizada y enmudecida…, enajenada y atomizada, padeciendo en el centro de su intimidad una invasión verborreica y terrible: la falsa ilusión de la unidad.

Con donaire de gran señora, la astuta mano nos saluda con desdén y sarcasmo, porque si la mano es ciega, su más elemental necesidad es la de cegar: hacernos avanzar en la oscuridad de sus rutinas. Porque cuando comienzas a amputar sentidos, el que se impone siempre es el único sentido vacío, el sentido del tacto, único sentido entre todos, sentido demoníaco, capaz de sentirse a sí mismo: más que un sentido, un reflejo. 

¡Qué horror, ver niños y dementes tratar de mover los cielos o las montañas a su antojo, inadaptados al mundo, ignorantes y aturdidos! Aunque, si se pudiera pasar de un capítulo de tu vida a otro, no sólo hacia adelante sino también volver atrás, como se rebobina un vídeo o se salta de una pestaña a otra… ¿Acaso alguien puede decir que resistiría la embestida de la tentación? Aunque lo terrible de la tentación es que no es una embestida, sino cosquillas más bien, una sibilina canción de cuna...


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