No se equivocaba el pensador suizo Hermann Burger con su jocoso comentario de que cada suicida se encuentra en el estado de lo sucedido en Stalingrado. Pero el suicidio también es comparable a un alzamiento militar donde: «vuelan por los aires todas las soluciones y todos los problemas».
A
fuerza de transgredir todas las determinaciones de la vida —sus dogmas,
esquemas, inercias, imperativos orgánicos— podemos alcanzar un orden invertido donde
el caos se vuelve «anatema».
Al
igual que ocurre con los alzamientos militares, espumarajos de violencia so
pretexto de un orden imposible, lo seductor del suicidio representa lo
ancestral de su barbarie.
El
suicidio no transfigura el ser por el no ser —movimiento imposible—. ¿Y qué
redención se conquista con la muerte? Ninguna. Pero el sufrimiento posee
infinitas dimensiones, cada una de las cuales se nos revela como un trastorno
de lucidez insobornable. ¿Deshacerse, sucumbir, doblegarse? No hay redención, solo descomposición del principio de lo vital. Cruel, pero luminosa descomposición. Escribe Burger en su Tractatus
Logico-Suicidalis:
"382 Los dolores representan el color en el cuadro abstracto
de una enfermedad psíquica. No debería extrañarnos que un terapeuta nos diga: "Es usted demasiado multicolor para mí".
383 En relación con la muerte, la enfermedad es un
parvulario de la estética».