No es cínico el filósofo pesimista que no se suicida, por mucha recomendación del suicidio que haga, dado que este pesimista, al contrario que los otros inconscientes y superfluos que le rodean, tiene una misión, como buen filósofo pesimista que es: que todo el mundo se suicide. Mientras quedase alguien sufriendo miserablemente en la tierra a causa del horror de la existencia no tendría sentido suicidarse.
Podría decirse, no obstante, que un buen pesimista no predica, se resigna y calla, afirmación que estaría dispuesto a conceder si no me pareciera totalmente inútil y falaz distinguirse bajo el epíteto de una escuela filosófica cualquiera si no esto no condujera a algún tipo de práctica profundamente seductora e invasiva. El deseo secreto de todos los hombres es que todo el mundo los imite, o por lo menos que lo obedezcan, para lo cual no sirven los tímidos conatos de sabiduría o de boba certeza autoindulgente.
Decía Cioran que las religiones y los sistemas filosóficos, mucho más que los Imperios, anhelaban la conquista del mundo y sobre todo del corazón del hombre, con un éxito razonablemente superior al de los Imperios, porque ambicionan mejor. Al pesimista sólo le quedan dos opciones: o una resignación falaz o un triunfo cínico.