miércoles, 27 de octubre de 2021

La mayoría de los pequeños genios se acomplejan con el paso del colegio al instituto, donde la competencia es mucho mayor y en realidad a nadie le importan ni tus talentos ni tus particularidades cognitivas; lo que marca este salto es la evidencia de una indiferencia estructural sobre el alumnado y la total crueldad y falta de motivación personal del profesorado. 

En cualquier caso, yo nunca fui un pequeño genio, sino un perfecto inútil, y con el paso del colegio al instituto, a pesar de toda esa competencia atroz, conseguí de igual modo ser el más perfecto inútil del instituto, tal y como antes lo había sido del colegio. Esto gracias a lo que Mishima, en las Confesiones de una máscara, refiere como un «apetito lírico y duradero de indolencia». ¿Quién, sino precisamente un espíritu lírico, contemplaría su absoluta anulación, se dejaría ir poco a poco por el sumidero de la sociedad sin ofrecer la menor resistencia, sin mover un dedo para salvarse, contento del grado de su decadencia y morbosamente atento a las posibilidades de su corrupción? ¿Quién de entre los malos estudiantes, en definitiva, poseyó un espíritu más lírico que el mío? 

Deleite de indolencias y padecimientos, incapaz de nada, salvo de contemplar el propio escabullirse. La mirada como prisión del alma… Quizá sea ésta la diferencia entre el místico y el indolente: al místico, siendo a su vez una potente naturaleza lírica, su mirada le queda estrecha.

No hay comentarios: