jueves, 31 de marzo de 2022

Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline.

«Desde luego, tenemos la costumbre de admirar todos los días a bandidos colosales, cuya opulencia venera con nosotros el mundo entero, pese a que su existencia resulta ser, si se la examina con un poco más de detalle, un largo crimen renovado todos los días, pero esa gente goza de gloria, honores y poder, sus crímenes están consagrados por las leyes, mientras que, por lejos que nos remontemos en la Historia -y ya sabe que a mí me pagan para conocerla-, todo nos demuestra que un hurto venial, y sobre todo de alimentos mezquinos, tales como mendrugos, jamón o queso, granjea sin falta a su autor el oprobio explícito, los rechazos categóricos de la comunidad, los castigos mayores, el deshonor automático y la vergüenza inexpiable, y eso por dos razones: en primer lugar porque el autor de esos delitos es, por lo general, un pobre y ese estado entraña en sí una indignidad capital y, en segundo lugar, porque el acto significa una especie de rechazo tácito hacia la comunidad. El robo del pobre se convierte en un malicioso desquite individual, ¿me comprende?... ¿Adonde iríamos a parar? Por eso, la represión de los hurtos de poca importancia se ejerce, fíjese bien, en todos los climas, con un rigor extremo, no sólo como medio de defensa social, sino también, y sobre todo, como recomendación severa a todos los desgraciados para que se mantengan en su sitio y en su casta, tranquilos, contentos y resignados a diñarla por los siglos de los siglos de miseria y de hambre...». 

miércoles, 30 de marzo de 2022

Los límites del humor enmascaran los límites de la moralidad. Lo que el cómico que tan desesperadamente se aferra a la idea de que el humor no tiene límites desea hacernos creer es, únicamente, su bondad personal, que puede decir lo que quiera sin que eso lo convierta en mala persona. ¡Qué miedo tan bobo, ser juzgado como mala persona!

Ser mala persona es el gran privilegio del humor: ser mala persona sin que nos ahorquen por ello. ¿Por qué no decir “yo soy un cerdo proxeneta, un caníbal, un traidor a la patria y un usurero cabroncete en cuanto abro la boca y por nada del mundo querría fingir otra cosa” en lugar de “el humor no tiene límites”? Es que hasta la sintaxis de la frase parece problemática.

La ilimitación del humor es una disculpa preventiva, yo creo que el humor tiene límites muy claros, lo que pasa es que gozo transgrediendo esos límites y me deleito en la perturbación que causo. Si pudiera, os arrancaría un brazo; pero como no puedo hacer eso, os arranco una espantosa carcajada. Más que de tantear los límites del humor se trata de forzar y retorcer los límites entre el sufrimiento y el placer. 

Nada más elevado, en cualquier caso, que ganarse la vida haciendo daño a la gente. Un torturador jamás se disculpa. Y sin embargo, mirad los cómicos tan mediocres que tenemos: haciéndose los mansos, reclamando su porción de respetabilidad, exigiendo piedad para su furia.


jueves, 24 de marzo de 2022

Del inconveniente de haber nacido, Cioran: embriaguez de lo definitivo.

«Cuando me paseaba, tarde, por el camino bordeado de árboles, una castaña cayó a mis pies. El ruido que hizo al estallar, el eco que se suscitó en mí, y un temblor desproporcionado con respecto a ese ínfimo incidente, me sumergieron en el milagro, en la embriaguez de lo definitivo, como si no hubiera ya más preguntas, sólo respuestas. Me sentía ebrio de mil evidencias inesperadas con las que no sabía qué hacer... 

Así fue como estuve a punto de alcanzar mi momento supremo. Pero creí preferible continuar el paseo».

sábado, 19 de marzo de 2022

Almas muertas, Gogol: contra el Progreso

 «(...) porque todos somos en extremo generosos cuando se trata de la palabra "necio" y nos encontramos dispuestos a adjudicársela a nuestro prójimo veinte veces por día. Es suficiente hallar un aspecto estúpido entre diez para que le califiquen a uno de necio sin pensar para nada en los nueve aspectos buenos.

A los lectores les es muy fácil juzgar desde su tranquilo rincón, desde una altura que les deja ver todo el horizonte y otearlo todo cuando las cosas suceden allá abajo, desde donde únicamente se pueden distinguir los objetos más cercanos. En los anales de la historia de la Humanidad muchos son los siglos que el hombre tacharía y destruiría completamente por creerlos inútiles. En el mundo se han cometido muchos errores en los que parece que ahora no incurriría un niño. ¡Qué alejados, estrechos, tortuosos, desviados e infranqueables caminos eligió la Humanidad en su afán de llegar a la verdad eterna, siendo así que delante de ella se le ofrecía abierto un camino recto, parecido al camino que lleva al soberbio edificio destinado a la residencia del Zar!

Era un camino más ancho y majestuoso que todos los demás, iluminado por el sol, y en el brillaban las luces por la noche, pero las gentes se alejaban de él y se encaminaban hacia las tinieblas. Y en cuantas ocasiones, aunque les orientara el pensamiento venido del cielo, retrocedieron y se desviaron, fueron a parar, en pleno día, a lugares infranqueables, se arrojaron unos a otros una niebla que les cegaba y, siendo unos fuegos fatuos, alcanzaron el borde de un abismo para después preguntarse aterrorizados: ¿Dónde está la salida? ¿Dónde está el camino?

Nuestra generación lo ve todo con claridad, le sorprenden los errores, le causa risa la insensatez de sus mayores, sin advertir que esos anales han sido escritos con fuego celestial, que en ellos clama cada letra, que un dedo imperioso le señala por doquier a ella, a la generación actual. Pero nuestra generación se ríe, y arrastrada por el orgullo y la vanidad, empieza una serie de nuevos errores, de los que con el tiempo se reirán asimismo nuestros descendientes».


viernes, 4 de marzo de 2022

Lo que el común de los mortales no acepta no es una filosofía escéptica, amarga o incluso pesimista, pues perfectamente aceptan los términos negativos de la existencia que una filosofía pesimista afirma y hasta aceptarán, en momentos de debilidad sincera, no creer en nada; de hecho, es lo más habitual del mundo; lo que no aceptan es que tu filosofía no ponga excusas, que les niegue el consuelo de un culpable y de un mundo construido en torno al resentimiento. ¡Es que el pesimista no es un resentido, es a lo sumo un resignado!

Aceptan la pasividad, la impotencia, el quietismo, cierta remanente del nihilismo, pero sólo a condición de poder culpar a tal o cual estamento público, a tal o cual político, a tal o cual movimiento, a tal o cual religión: que todo se conjure en nuestra contra tiene un pase, pero que yo mismo esté, de alguna forma, conjurado con el desastre, eso es imperdonable; y si el mundo es duro e impera la sed y el desencanto, será que los hombres fracasan, pero no que yo esté condenado a fracasar: no acepto que mis huesos sean sólo amortiguadores de la Caída…

Tal vez el pesimista culpe a su condición de ser consciente o al universo, indisociable del propio ser, aunque la primera ilusión de la consciencia sea rasgar esa unión en el todo, pero por lo menos el pesimista no culpa a ningún otro. Un buen pesimista no debería siquiera aceptar ninguna culpa… Es que el conocimiento más venenoso es precisamente que no hay culpas ni culpables. No hay un "nihilismo" de la culpa. Precisamente el nihilismo comienza cuando se niega la culpa.