No se puede agitar la sociedad con las máximas de La Rochefoucauld, escribe Cioran. Ni con 'El Capital', habría que añadir, con una fórmula retórica que imita además a las del pensador rumano.
Lo único que consiguió Marx fue vivir, a duras penas, de una filosofía que interpretaba las miserias del mundo cuando lo que él deseaba era cambiarlo. Pero las teorías nunca son revolucionarias salvo por la paralela histórica que trazan respecto a las revoluciones. Creer otra cosa es estar dispuesto a afirmar que una teoría puede por sí misma urdir una revolución: que toda revolución necesita una previa formulación teórica. Marx tan sólo puso terminología al padecimiento que ya agitaba Occidente –que no es precisamente poco. Él mismo comienza así el 'Manifiesto Comunista': con el fantasma que recorre Europa. La clase obrera sufría demencialmente, y agitaba ya sus cuerpos bajo los látigos de sus opresores, ora estremecida, ora sedienta de justicia. Marx no agitó la sociedad, a lo sumo, agitó la bandera de una filosofía: su filosofía. Y a juzgar por el resultado de esa agitación, casi parecería que los revolucionarios hayan derramado su sangre inútilmente, pues la teoría marxista encontró su acomodo definitivo en el aparato burocrático y depredador stalinista. «Toda revolución se evapora y deja atrás sólo el fango de una nueva burocracia» escribió Kafka. Un desposeído es alguien que pone su carne al servicio de la prosperidad de otro. ¿Y acaso los desposeídos han dado pruebas de servir para algo más?
La sociedad, en cualquier caso, nunca se agita, paladea su sufrimiento un instante y luego muere de asco mientras los poderosos siguen reinando y los hombres padecen en cuerpo y en espíritu bajo la servidumbre. El que reine un hombre o reine otro de poco puede importarnos: lo único importante es que al perro solo le quitan el collar el día que se muere.
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