martes, 4 de diciembre de 2018

Para decir algo ingenioso basta con ser un poco sincero. Pero el ingenio es, de todos los dones que nos concede la naturaleza, quizá el más irrelevante e insatisfactorio. «El ingenio es la mercancía más corriente que se encuentra en las ferias de los hombres». escribe Papini. «Quede bien sentado de una vez para siempre: quien me dice que tengo ingenio me ofende. Y quien me dice que soy un hombre de ingenio me aflige. Yo maldigo vuestro ingenio y lo arrojo con los diarios en las letrinas. Os hablo sinceramente: para mí el ingenio no es más que el grado sublime de la mediocridad. El ingenio es la forma superior de inteligencia que todos pueden comprender, apreciar y querer» insiste poco después. Al ingenio habría que oponer, entonces, la minuciosidad, la profundidad y la trascendencia del verbo, que sólo se perfeccionan a través de la humildad y el estudio. No la cháchara vacía y la petulancia un poco maníaca del verborrágico, que es sólo vanidad y, en la mayoría de los casos, incluso mala educación. La serena quietud y el amable silencio disruptivo de quien, antes de abrir la boca, primero abre bien los ojos, como si respirase por los ojos más que por la boca. La pluralidad frenética de los pensamientos volubles degrada la inteligencia, dado que la inteligencia, incluso cuando engendra el caos absoluto, lo hace siempre desde un centro de coherencia. «Concebir un pensamiento, un solo y único pensamiento, pero que hiciese pedazos el universo» dicta Cioran. Una sola palabra. Bastaría una sola palabra, pero de incalculable profundidad y belleza, para expresar todo cuanto percibiéramos. Que necesitemos miles de palabras, millones de combinaciones para esbozar un retrato del universo, compuesto bajo nuestra precaria observación por infinitas complejidades puede resultar ineluctable; más aún, es un hecho, pero es un hecho de la decadencia, una prueba del fracaso de nuestra inteligencia para captar la totalidad y un motivo más, como cualquier otro, para desistir de una existencia que sólo nos atormenta. El saberse uno ingenioso, de verbo fácil, de opiniones volubles, no mancha la verdad de ningún comentario con el tizne de la hipocresía, porque la hipocresía no se confiesa: la hipocresía confesada es a lo sumo cinismo, pero no hipocresía. Y en cualquier caso, sólo haría explícita, aunque de un modo paradójicamente soterrado, la tortura interior del títere humano que consiente estas palabras, que las enardece, las acosa, las instiga... 

No hay comentarios: