sábado, 2 de febrero de 2019

El block como agresión suspendida

Bloquear es el correlato tolerante, cobarde, perfectamente civilizado del guantazo. No te bloquean porque no quieran leerte más: te bloquean porque querrían, más bien, romperte la nariz a patadas. O cuanto menos, decirte dos o tres salvajadas –después de todo, nos bloquean para advertirnos: mi hostilidad está como suspendida, congelada, muerta: es un estado de agresión que nunca acontece, que nunca acontecerá–. Pero no pueden: sus buenos modales, su transigencia, su moral refinada se lo impide.

Reprochamos la actitud, anónima o no, de la injuria, del ataque personal gratuito. Y sin embargo, quien ataca, aún anónimamente, da más la cara que quien bloquea, representando ambos una hostilidad comparable: el que ataca nos hace explícito su rechazo, mientras que quien bloquea únicamente pospone la satisfacción de esta hostilidad que habría de culminar en una agresión física o virtual, es un ejercicio un poco melancólico y taciturno: es afirmarse uno mismo que no tiene fuerzas suficientes para exhibir ningún poder.

Algunas redes sociales ofrecen, no obstante, una alternativa solipsista a la agresión: silenciar. Silenciar no implicaría, en ningún caso, la agresión que hemos afirmado que implicaría el bloquear –aunque agresión soterrada, rebuscada, remilgada... Con el silenciar, por lo general, no enviamos ningún mensaje, dado que es casi imposible que el “otro” sepa que le hemos silenciado, aunque pueda deducirlo del hecho de que lo ignoramos completamente cada vez que nos recrimina o reprocha algo. Con el bloquear, al contrario, el mensaje es evidente, pues uno sólo tiene que teclear el perfil de cierta persona para ver si nos ha bloqueado o no: es este muro que impone ante nosotros lo que determina rocosamente que desearía sepultarnos, de cabeza a los pies, en piedra, en cemento, escupir en nuestra tumba, darle un bofetón a nuestra madre en el funeral, alegrarse y danzar histéricamente entre las hojas secas crujientes el día que felizmente nos dé por fallecer.

Un neardental, por ejemplo, sería incapaz de bloquear a nadie –nosotros mismos somos incapaces realmente de bloquear a nadie: basta salirse del perfil para "observar" entre los agujeros de aquel muro que se nos ha puesto delante: esto demuestra aún más nuestro punto– Y un hombre promedio de hace 10.000 años atrás, tampoco podría bloquear a nadie. Sólo un hombre de los últimos cuarenta o cincuenta años puede bloquear a otra persona, es decir, un hombre no refinado por la cultura, sino totalmente corrompido e incapaz de defenderse de otra forma que bloqueando. Nos resta, qué duda cabe, cierta dignidad el tener que ir bloqueando a las personas, cuando lo verdaderamente satisfactorio sería encontrar dónde viven, tener una charla cara a cara o atravesarle el corazón con un puñal. 

En el pasado las personas se mataban por los asuntos más triviales. Los conflictos se solucionaban cuando uno de los oponentes le apedreaba la sien al otro. A menudo, la policía ni siquiera intervenía. Un neardental, retomando nuestro ejemplo, podría perfectamente negociar de esta forma cualquier asunto de índole política con los otros miembros de su comunidad. Quizá esta barbarie sea innecesaria, en cualquier caso, porque la gran parte de los conflictos no necesitan ninguna violencia, aunque la tienten. El verbo sustituye a la espada no sólo por decadencia, sino por comodidad, por pragmatismo. El héroe pasa del guerrero al filósofo porque el filósofo tiene razón: lo que es totalmente innecesario no tiene cabida en este mundo, aunque el propio mundo sea innecesario. Pero aún a pesar de esto, nos cuesta no ver en el block el último acto de la civilización humana, a partir de aquí no existirán más hombres, existirá otra cosa, que será mejor o peor en función de su desarrollo por la supervivencia dentro de ciertos márgenes culturales. Seguramente será peor; pero, en fin, quién soy yo para decirlo, que también he bloqueado alguna vez...

No hay comentarios: