lunes, 22 de enero de 2024

47 puñaladas

Fueron cuarenta y siete puñaladas las que le asestó en el cráneo, con un cuchillo de cocina que había estado afilando durante varias noches, mientras todos dormían. El cuchillo se le había resbalado por culpa de la sangre excesivamente fluida de la cabeza de su víctima, causándole unas heridas extraordinarias en la mano, al punto que cuando por fin se agotó de apuñalarle la cabeza a su padre dio un respingo fatigado hacia atrás y observó que su mano ya no le pertenecía. Contempló primero el aberrante muñón, agitó el brazo como si fuera una sucia tela sanguinolenta que un soldado enloquecido usara para rendirse ante el enemigo y seguidamente condujo la mirada hacia su mano: continuaba apuñalando a su padre incesante y febrilmente, como una máquina capaz de odiar. La sangre salpicaba ya muy viscosa, y entonces la mano, como si comprendiera de pronto su inútil empecinamiento, que la repetición había trocado en manía, en absurdo estribillo, se giró y le devolvió a su antiguo dueño algo parecido a una mirada. La mano sostenía aún el cuchillo, cuyo radiante filo apuntaba ahora hacia la siguiente cabeza y parecía proclamar, con prepotencia, su inagotable perfección.

 

 

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