miércoles, 5 de abril de 2023

HIPNOSIS

Mi padre es un maestro del hipnotismo desde que era muy pequeño, y siempre defiende la idea de que el hipnotismo es una actividad cotidiana, que forma parte de nuestra vida diaria, que es algo así como un ‘gesto privado’. En una ocasión llegó a decirme que la libertad de expresión debería llamarse “libertad de hipnotismo”.  

Yo, naturalmente, discrepo, y no sólo porque no heredase su don, es decir, no sólo por resentimiento, sino porque aparte de eso tengo muy buenas razones para creer en lo que creo: me parece que hipnotizar a alguien intencionalmente es muy diferente de hacerlo sin tener consciencia de lo que está sucediendo. En el segundo caso, yo creo que la hipnosis es bidireccional, lo que mi padre jamás reconocería: el hipnotizador es a su vez hipnotizado, de manera que todo ocurre bajo una especie de atmósfera o manto de embelesamiento. Por el contrario, quien se sirve a conciencia del arte de la hipnosis está ejerciendo un poder de seducción descomunal, y escapando del ámbito cotidiano de las relaciones humanas para manejar a las personas igual que un titiritero a sus muñecos… En ningún sentido preciso creo que se pueda hablar de la hipnosis como un ‘gesto privado’.

Claro está que mi padre ha podido hipnotizarme para que yo crea y diga esto, es más, hasta para que lo defienda con cierta inteligencia: para que yo me oponga a él y trate de matizar originalmente sus opiniones. Mi padre puede hacerme creer lo que él quiera, pero todo padre —por lo menos si es un padre decente, y salvo por el hipnotismo, mi padre lo es— desea que su hijo piense por su cuenta: que se forme sus propias ideas sobre el mundo, que articule con cierta elegancia sus conceptos y desarrolle una filosofía que le ayude a vivir bien. Es por eso que creo que mi padre me ha hipnotizado para pensar diferente a él, y con ello hipnotizarse a sí mismo con la creencia de que su hijo es una persona de maravillosos horizontes. Todo esto es lógico, y muchas cosas me dan la razón, empezando por el hecho de que no conozco a nadie a quien mi padre, consciente o inconscientemente, no haya hipnotizado de algún modo. 

Si mi padre no me hubiera hipnotizado para pensar de esta forma, probablemente yo acabaría dándole la razón en todo; pero como mi padre me ha hipnotizado para pensar genuinamente lo contrario, creo que su objetivo no es tanto mi propio desarrollo como la perfección de su hipnotismo: como mi padre sabe que algún día él habrá de morir, ha decidido perseverar su hipnotismo una vez el hipnotizador desaparezca, razón por la cual necesita una contraparte de su discurso, pues la eternidad –y esto él lo sabe muy bien, pues alguna vez me ha dicho que no hay que llamar ‘eternidad’ a la eternidad sino ‘hipnoticidad’— nunca nos acontece personalmente, y dado que yo soy totalmente incapaz de hipnotizar a nadie, ha decidido que lo que debe permanecer de su existencia sea lo más parecido a su hipnotismo después de que su hipnotismo objetivo sea imposible: una secuela a partir de su ausencia: un trauma, un vacío, un perpetuo duelo crónicamente insatisfecho. Lo cierto es que su plan me parece maquiavélico y ofensivo, pero no me han hipnotizado para oponerme, sino simplemente para estar en desacuerdo.


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