miércoles, 7 de abril de 2021

Los encantos del Maligno

El banco tenía una oferta generosa para mí. Una voz agradablemente femenina trató de explicármelo durante una llamada telefónica. Me explicó que estaban ofreciendo un servicio de pagos en conjunto de seguros que permitiría al cliente ahorrarse un 5% mensual. A mí no me pareció lo suficientemente generoso, así que me despedí educadamente tras advertir que no tenía ninguna necesidad de este servicio.

A punto estaba de colgar cuando la voz femenina me pidió una segunda oportunidad. Ahora me ofrecía este servicio más la exención de todas las comisiones que estaba pagando. Insistí en que nada de esto me interesaba,  que sólo quería que me dejasen en paz. La voz femenina se quedó en silencio dos segundos, hasta que me explicó que dicha exención carecería de tiempo límite. Jamás volvería a pagar ninguna comisión en el banco. Es más, agregó que estaría exento también de pagar comisiones por sacar mi dinero en otros establecimientos bancarios. 

En venganza por su anterior silencio me quedé en silencio medio minuto, fingiendo que me lo estaba pensando. Pero la voz femenina era astuta y antes de que me propusiera abrir la boca o directamente colgar me ofreció 500 acciones del grupo bancario al que representaba por valor de 2.703,74 euros. No supe que decir, lo que la voz interpretó como una forma de insistencia sobre mi venganza anterior, así que ofreció como premio a mi paciencia durante toda la duración de la llamada un juego de vajilla de porcelana de 24 piezas, un año gratis en todos los museos públicos de la Comunidad de Madrid que incluiría las exposiciones privadas con visita guiada, los talleres que se organizasen y un cheque regalo para souvenirs por valor de 150 euros.

Sabía que eran ofertas muy generosas, totalmente beneficiosas y aprovechables, sobre todo porque realmente me gustan los museos y comer en vajilla como hacen las personas civilizadas y decentes, pero cuanto más beneficiosas eran las ofertas con más necesidad habría sistemáticamente de rechazarlas. No por orgullo sino por una convicción negativa hacia las tentaciones. El espíritu humano no puede sucumbir a los encantos del maligno.

A la voz femenina le costaba respirar. El oxígeno no le llegaba bien al cerebro después de pasarse los últimos quince minutos ofreciéndome ventajas increíbles, maravillosas e inverosímiles. De haber aceptado su última oferta haría sería su jefe, sería el jefe de todos, el dueño absoluto del banco y amigo íntimo de dos ministros, el de economía y el de trabajo. Claro que podría haber aceptado, haber mantenido la presidencia un par de años mientras me dedicaba a delegar todas mis funciones en mis subordinados y haberme retirado con un gran sueldo acumulado en la cuenta bancaria. Pensé que, de haber aceptado, a aquella voz podría haberla hecho directora de sucursal. Después de todo se había esforzado mucho por tratar de satisfacerme. 

Pero, como todo en esta vida, las llamadas telefónicas también terminan llegando a su fin. Me disculpé gravemente con la voz al otro lado del teléfono, explicando que no aceptaría ninguna oferta. La voz lloró amargamente. Pude escuchar sus lágrimas derramándose a borbotones contra el suelo. Sonaba igual que Satanás aporreando el teclado mientras le escribía una misiva injuriosa a Dios. Antes de colgar la voz me dio las gracias. Yo también se las di a ella. Habíamos hecho buenas migas. Un rato más tarde me llamaron los de mi compañía telefónica. Les dije inmediatamente que sí a todo. Debía compensar los malos tratos a la voz anterior. 

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