jueves, 15 de noviembre de 2018

Diarios, de Pizarnik.

«La incapacidad de amar me ha de llevar a un conocimiento más o menos completo mí, a una individualidad fuerte y productiva; mi temperamento artístico crecerá considerablemente. Quizás haga una gran obra; quizás mi pluma explorará linderos desconocidos, quizás mi ave será gloriosa, quizás mi nombre tendrá su aureola, quizás mi muerte será mi nacimiento. Pero… ¿has de ser feliz algún día? ¿Has de sentir en tu alma el genuino reflejo de un amor pleno? ¿Ha de amarte alguien alguna vez? ¡No! ¡No! ¡Mil veces no! ¿Y tú habrás vivido, Alejandra? ¿Y tú? ¿Y tú?».

«Creo que mi aspecto físico es una de las razones por las que escribo: tal vez me creo fea y por ello mismo eximida del exiguo rol que toda muchacha soltera debe jugar antes de alcanzar un lugar en el mundo, un marido, una casa, hijos. Pero a veces, mirándome bien, veo lúcidamente que no soy nada fea y que mi cuerpo, aunque no intachable, es muy bello. Pero yo amo tanto la belleza que cualquier aproximación a ella, en tanto no sea su consumación perfecta, me enerva Y que mi rostro sea interesante no me consuela. Además me molesta mi carencia de edad visible: a veces me dan catorce años y a veces diez años más que la edad que tengo, lo que me angustia mucho no por miedo a la vejez ni a la muerte (las llamo a gritos) sino porque sé que necesito de un cuerpo adolescente para que mi mentalidad infantil no sienta la penosa impresión de ser una niña perdida dentro de un cuerpo maduro y ya afligido por el tiempo. Por eso mi perpetuo régimen alimenticio y mi forzada resistencia al alcohol —sé perfectamente que si no me suicido pronto, me daré a la bebida». 

«Me expulsa, me mantiene a distancia, me impide, me evita, me encadena, me hace danzar, me asola, me afea mi soledad, me corroe, me corrompe, me martiriza, me hace sufrir, padecer, llorar todo el día y gran parte de la noche. Y no lo sabe, y no se cree responsable y no quiere saber que sabe que en mí se venga de lo que no es».

«Esto de definir el mal, esto de definir. Esto de desesperar del lenguaje por culpa del maldito vicio de la definición. ¿Qué sé yo qué es el mal? ¿Es que me importa saberlo? No. Entonces... ¡Cómo me lleno de posesiones inútiles! Amistades inútiles, libros inútiles, nociones inútiles…Por más que lea a los santos, por más que trate de estilizar mi pensamiento hasta hacer de él una espiral o una flecha debo reconocer la verdad: mi sola preocupación es lo erótico. Y en este sentido soy una cobarde que no se oculta de serlo. Ir hasta el fondo de lo erótico es mi única necesidad, es tal que no la diferencio de mí. ¿Qué espero? Espero el milagro. Que los santos me concedan una buena frigidez. Pedirlo en honestas plegarias, hablar con sacerdotes. No. Es el miedo a mi madre».


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