martes, 6 de noviembre de 2018

Respecto al sexo, existen dos tipos de seres desgraciados: los que pueden conseguir a todas las mujeres que desean, y los que no pueden conseguir a ninguna –esto es perfectamente válido para las mujeres, quizá en ellas la desgracia sea aún mayor, por motivos que sería largo detallar: por ahora, tómense esta proposición como un dogma de fe. Los primeros acaban sollozando entre su propia superficialidad y la superficialidad ajena: el amor termina no diferenciándose de ir al supermercado. No existe el alma humana: sólo los cuerpos anhelantes. Los segundos, no pueden evitar sentirse en sí seres rechazados, no sólo por las mujeres que se les niegan, sino por el mundo entero, pues eso significa que te rechace una mujer: la condena al Rechazo Universal. Es coherente pensar que si una mujer te rechaza, Dios también lo haría. «Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada» escribe un gran rechazado Cesare Pavese. Por último, aclarar que es inútil, además de un acto de vagancia intelectual, el pretender establecer con ello una jerarquía de la dignidad de los sufrimientos o de la desgracias. No obstante, me dan pena infinita los segundos, porque son las víctimas más elocuentes de la imposibilidad de seguir las máximas estoicas, en particular de la sabiduría de Epicteto; mientras que, los primeros, meramente son víctimas de las máximas pesimistas: ninguna sed se sacia y ningún amor perdura: el universo entero es una máquina eterna de reproducción. El pesimismo cósmico vale menos que cualquier nimia tragedia que nos suceda.

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