viernes, 2 de noviembre de 2018

Houellebecq dice, no recuerdo en qué novela, que las mujeres más hermosas se entregan con frecuencia a los hombres más horribles no porque, en sí, busquen ese carácter malsano, ni siquiera por un factor biológico que imponga un atractivo por la dominación masculina sobre la femenina, sino porque los hombres malsanos son los únicos hombres lo suficientemente cínicos como para sentirse dignos de esa belleza que, ni moral ni estéticamente, merecen; mientras que los hombres más puros retroceden ante ella y se acobardan, considerándose indignos de sus dones —consideración que se demuestra a sí misma: basta considerarse indigno para realizarse indigno. Lo que el resentimiento de la debilidad masculina se negaría, en todo caso, a reconocer públicamente, bajo la excusa de una misoginia que se oculta en su propia exhibición, es lo siguiente: que el carácter malsano hace, en efecto, a unos hombres superiores sobre los otros, dado que esta superioridad sólo puede juzgarse y corroborarse pragmáticamente. Si los hombres débiles no sólo rehusasen, sino que sobre todo despreciasen honestamente, o más bien sintiesen honda indiferencia por los frutos libidinosos del placer carnal, entonces podría afirmarse una moral subyacente que implicase un gesto monacal de suprema dignidad; pero como resulta más bien que los hombres débiles no son tan indiferentes como meramente resentidos, puede afirmarse, sin caer en la chanza amarga, que quien deseándolo no folla es un ser inferior, por virtuoso que crea ser en cualquier otro sentido.

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